Paseando por Avignon,
la mirada se detiene ante el impresionante edificio de su Hotel de Ville. Uno
de los más espectaculares Ayuntamientos que he conocido. El viajero queda
asombrado por la columnata y el friso de evocaciones helénicas, pero enseguida
la vista centra la atención en las ideas que han marcado en la Historia el
rumbo por el que debe transcurrir la evolución de la Humanidad. Quizá muchos
las han olvidado, por lo que nunca está de más traer a colación el significado de lo que representan las nociones de Libertad, Igualdad
y Fraternidad, nacidas de la Ilustración, del Siglo de las Luces, y plasmadas
para siempre en los frontispicios donde ha dejado su huella bienvenida la
Revolución que a finales del siglo XVIII cambió el destino del mundo.
Siempre
me he identificado con estos conceptos, que más que nunca cobran vigencia ante
la antigualla de los nacionalismos de toda laya, que sólo han traído consigo
exclusión, enfrentamientos, mentiras y tragedias. Ya lo dijo el gran Inmanuel
Kant: "el nacionalismo es el pensamiento más nefasto de la Historia".
"El nacionalismo es la guerra" profirió siglos después François
Miterrand. Entre uno y otro, la reflexión de Stefan Zweig no fue menos elocuente: "La peor de las archipestilencias, el nacionalismo es capaz de convertir identidades culturales en excluyentes soberanías políticas".
Recuperemos, adaptado a nuestro tiempo, el espíritu que cimentó el
progreso de la Ilustración y enfrentemos con la dialéctica del buen sentido y
la cordura las miserias intelectuales que emanan del nacionalismo excluyente,
manipulador y mendaz. Hoy mi nieta Lara cumple tres años, tres años
maravillosos. Llegará el día en que su abuelo le haga ver lo mucho que han de
representar para su vida estas tres ideas, esculpidas para siempre en los muros
de la racionalidad.
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