Nunca
estuvieron plenamente integrados. Excepcionalidad británica, cheque británico,
fuera del euro, al margen de Schengen, reservas incesantes al proceso de
integración, recelos continuados hacia los Tratados y las Directivas,
euroescepticismo visceral. Un socio incómodo, en fin. La brecha generacional,
manifiesta en el mayoritario respaldo de la juventud a la pertenencia al
sistema comunitario, no ha sido suficiente para contrarrestar las inercias acumuladas
durante tanto tiempo y que los políticos defensores, tibios y ambiguos, del
REMAIN no han sabido – ni quizá querido - superar.
Cuánta
razón tenía en este sentido el General De Gaulle. La resolución británica contribuirá
sin duda a repensar el proyecto europeo, corrigiendo las derivas que han
llegado a cuestionar algunos de sus principios esenciales. No creo que sea el
principio del fin, pues la experiencia comunitaria europea – única en el mundo
e impensable en otro escenario- ha arrojado a lo largo de su historia balances positivos que no pueden
ignorarse. Tras la desafección del Reino
Unido hacia la Unión Europea urge fortalecer las posiciones de la Europa del Sur
en ese contexto.
No cabe duda que un afianzamiento de las
opciones progresistas en el Mediterráneo contribuirá a este proceso de
revitalización sobre la base de los objetivos de la cohesión económica, social
y territorial inherentes a esa Unión Europea heredera del pensamiento de Robert
Schumann, de Jean Monnet y del gran legado de Jacques Delors.
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