Por fin. Me ha costado, pero lo he conseguido. A punto de terminar el verano no quería llegar al otoño sin descubrir el infinito mundo de señales, ideas, reflexiones y motivaciones que han inspirado a Antonio Muñoz Molina - , junto a Irene Vallejo y Leonardo Padura, uno de mis escritores favoritos - la lectura a fondo de El Verano de Cervantes, centrado en El Quijote, obra magistral de la literatura universal.
Confieso que no ha sido tarea fácil ni en ocasiones tan placentera y cómoda como esperaba. Pero, a la vista de cómo el autor había planteado la obra, en 156 apartados a lo largo de 444 páginas, la abordé desde el primer momento como un desafío al que no podía rendirme, consciente de lo mucho que podía aprender. Y lo cierto es que se aprende muchísimo, aunque el aprendizaje sea lento y dada la necesidad que siempre tengo, cuando leo obras de esta envergadura, de tener al lado el cuaderno de notas para dejar constancia por escrito de lo que merece la pena recordar.
La verdad es que no sabía que el talento de Miguel de Cervantes iba a dar tanto de sí. Entre las múltiples lecciones que se extraen de la lectura sosegada -y hacerlo bajo la sombra del pino piñonero cabe el Duero aporta un formidable valor añadido - he descubierto que en buena medida la genialidad cervantina se sustenta sobre el enorme caudal de posibilidades creativas que emanan de la relación de los personajes de la obra con su entorno social y sus paisajes.
"El idealismo de Don Quijote es atolondrado y doctrinario", escribe Muñoz en la página 109. No es una apreciación peyorativa, sino el fundamento de la plataforma intelectual. libérrima en su imaginación desbordante, sobre la que el genio de Alcalá apoya una visión realista tan maravillosa como indescriptible de lo que trama e imagina para plasmarlo con la pluma.
No quiero alargarme más. Simplemente deseo recomendar la lectura de la obra, susceptible de hacerse en cualquier época del año. No es libro fácil ni está al nivel de las banalidades que tanto pululan en las librerías. Es un trabajo de profundización en el alma cervantina y en la época en la que fue concebido.
Lo he terminado al día siguiente de ver "El Cautivo", de Alejandro Amenábar en la Sala 1 de los Cines Casablanca de Valladolid, en los que siempre he tenido un refugio apetecido y necesario. Cervantes cautivo del Bajá de Argel en la juventud. Ha sido una forma placentera e instructiva de completar un verano parcialmente dedicado a descubrir a Miguel de Cervantes. He sufrido algo, pero ha merecido la pena.
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