Maria Antonia Salvador (mariansalgon@gmail.com) ha publicado en El Norte de Castilla (Valladolid), el siguiente texto, en recuerdo de los sucesos ocurridos en Iquique (Chile) el 21 de Diciembre de 1907, hoy hace un siglo
"A comienzos de los años setenta del siglo pasado el grupo chileno Quilapayún dio a conocer al mundo la versión musical de la Cantata de Santa María de Iquique, en la que narraba la masacre que tuvo lugar en la zona minera del Norte chileno en 1907. Su impacto fue grande en la juventud de la época, ya que permitió descubrir un suceso del que jamás se había hablado. Un suceso remoto en el espacio y en el tiempo, que de pronto quedaría asumido en ese momento como una tragedia cercana, otra más de las muchas que la humanidad sufriría a lo largo del siglo XX. Fue un acontecimiento clave en los albores de la nueva centuria, en el que se pusieron de manifiesto las contradicciones de las economías mineras emergentes, la agudización de los conflictos asociados a la explotación de los trabajadores que ello traía consigo y la importancia que tiene la evocación histórica de las luchas sociales para entender el mundo contemporáneo y los logros sustentados sobre ellas.
Ocurrió exactamente hoy hace cien años en la región chilena de Tarapacá y, más concretamente, en la ciudad de Iquique, el gran puerto desde el que se comercializaba hacia todo el mundo el mineral del salitre, fertilizante del que Chile abastecía cerca de los dos tercios de la producción mundial del entonces llamado “oro blanco”, lo que proporcionaba al país un recurso estratégico y de gran abundancia, obtenido de las tierras de Perú y Bolivia tras la guerra que los enfrentó con Chile entre 1879 y 1884. En un ambiente, pues, de extraordinaria prosperidad mercantil, estimulado además por la fuerte depreciación del peso chileno respecto a la libra esterlina, tiene lugar un incremento fortísimo del precio de los bienes básicos del que derivarán graves repercusiones sobre el poder adquisitivo de los sectores más humildes, acentuadas además por la extrema dureza y severidad de las condiciones de trabajo. Los testimonios recogidos de la época son, en efecto, reveladores de una situación que poco a poco se iría haciendo insostenible, a medida que las reclamaciones planteadas para mitigarla eran sistemáticamente desatendidas. De plano serían rechazadas, entre otras, la demanda de lograr un aumento del salario que paliase el fuerte deterioro sufrido tras la devaluación y la de percibirlos en dinero legal y no mediante bonos que eran canjeados por bienes en las tiendas de las empresas a precios superiores a los del mercado, la solicitud de protección frente a la altísima siniestralidad de un trabajo enormemente arriesgado e insalubre, que habría de ir ligada también a la mejora de las viviendas en un entorno especialmente inhóspito o la petición de crear escuelas que permitieran a los trabajadores salir del analfabetismo en el que la mayoría se encontraba.
Tras múltiples y fallidos intentos de negociación el primer brote de huelga estalla el 4 de Diciembre, cuando los trabajadores del ferrocarril que transporte el mineral desde las “oficinas” (yacimientos) al puerto deciden paralizarlo, abriendo así un proceso de tensión que se generaliza en muy pocos días para, como demostración de su fuerza, adoptar la decisión de desplazarse a pie hasta la ciudad de Iquique, a fin de plantear directamente sus reivindicaciones ante las sedes de las compañías nacionales y extranjeras que tenían intereses en la industria y comercialización del que internacionalmente sería conocido como el nitrato de Chile. La llegada a la ciudad el 15 de Diciembre de los primeros grupos de trabajadores del salitre se vería engrosada por los que provenían del interior – los pampinos - , gentes humildísimas como corresponde a quienes ejercían labores agrícolas o ganaderas en el desierto más árido del mundo. Se crea en muy poco tiempo una corriente de solidaridad que suscita temor y provoca una actitud de desconfianza, refractaria a cualquier negociación en aras de la defensa del principio del “prestigio moral” frente a la avalancha de los que “nada tenían que perder”. Alojados en la escuela Domingo Santa María, la catástrofe no tardará en producirse cuando, ante la insistencia en el mantenimiento de la protesta y el temor suscitado por la aglomeración creciente de los trabajadores y sus familias, se decidió por parte del general Silva Renard y con el consentimiento del Presidente Pedro Montt, proceder al ametrallamiento indiscriminado de la multitud, reforzado por el uso del fusil y los ataques a caballo. Nunca se supo la cifra de fallecidos. La censura de prensa fue terminante a la hora de señalar, sin posibilidad de réplica, que la represión se había saldado con 126 muertos y poco más de una centena de heridos. Investigaciones posteriores elevaron este número por encima de los tres mil, pero nunca esta cantidad ha sido oficialmente reconocida. La Cantata de Quilapayún habla de 3.600. Nadie hasta ahora los ha desmentido.
Chile se apresta a conmemorar con toda solemnidad la tragedia de Tarapacá y es muy probable que en las reuniones científicas previstas afloren nuevos datos que ayuden a avanzar en el conocimiento del que sin duda ha de ser considerado como uno de los principales hitos en la historia contemporánea del movimiento obrero. De ahí que no pueda pasar desapercibido en la conmemoración de su centenario, pues forma parte de la historia de la humanidad como un acontecimiento que trasciende a su marco geográfico para aleccionar sobre lo que realmente significa la lucha contra la injusticia como solución de continuidad a través del tiempo entre las sociedades del pasado y las de nuestros días. Y es que, si partimos del hecho de que la conciencia de la injusticia de las sociedades es un hecho permanente en la historia, difícilmente podríamos entender lo conseguido hasta ahora sin rendir el merecido homenaje a los que lo hicieron posible con su esfuerzo y hasta con sus vidas".
Gracias por acordarse de un acontecimiento como ése, que ha pasado desapercibido en la prensa española. Nunca se debe olvidar lo que nos ha permitido ser más dignos y más libres. Lo que ocurrió en Iquique hace cien años debe mantenerse firme en la memoria de todos los que amamos la libertad y la justicia social. He enviado este texto a mis familiares en Chile y se han sentido muy agracedicos.
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