17 de febrero de 2011

El pensamiento crítico... libre, pero ignorado


Acabo de leer “Postguerra” (Taurus, 2010), el monumental libro de Tony Judt, que analiza la historia de Europa desde la Segunda Guerra Mundial hasta finales del siglo XX. Mucho podría decirse de esa obra, que constituye un sorprendente ejercicio de autocrítica, de desmenuzamiento sin concesiones de una historia repleta de sucesos aún desconocidos y de valoración detallada de lo que ha significado el proceso de reconfiguración europea para sus propios ciudadanos y para el mundo, pero me centraré de momento en un aspecto que me ha llamado bastante la atención. Me refiero a la importancia que a lo largo de buena parte del período estudiado se ha concedido al intelectual como referencia a tener en cuenta o, en todo caso, como destinatario de los reconocimientos o de los vapuleos que suscitaban sus opiniones por parte de la clase política, ya estuviese en el poder o en la oposición.

Las reflexiones de pensadores como Sartre, Camus, Huxley, Ortega, Gramsci, Malraux, Habermas, Bobbio, Rawls, Berlin... y tantos otros, todos ellos de primer nivel, no dejaban indiferentes a quienes se ocupaban de la cosa pública. Sus escritos se leían, se citaban, no había reparo en admitir la incidencia de sus observaciones en el discurso que después se transmitía en los Parlamentos, donde eran citados y con frecuencia reconocidos. Para bien o para mal, mas nunca olvidados, porque se entendía que lo que decían les podía ayudar. Una especie de vínculo valorativo se establecía entre ambos. Hubo incluso políticos relevantes que no dudaban en señalar lo mucho que les habían influido desde las modestas tribunas donde quienes con espíritu crítico llamaban la atención sobre lo que se estaba haciendo y cómo se estaba haciendo, sin obtener, salvo contadísimas excepciones, otra satisfacción que la de sentirse tenidos en cuenta.

Nada de eso ocurre hoy. Le falta quizá a Judt explicar, con la precisión con que lo hace en el conjunto del libro que comento, las razones que han llevado a la política a alejarse de los clamores provenientes de la intelectualidad crítica, hasta culminar en el desencuentro. No es que se haya producido un divorcio, sino simplemente el despliegue de una evolución por derroteros diferentes, cada vez más distanciados. Obviamente aludo al pensamiento de denuncia, al razonamiento incómodo e incorfomista que reclama una visión distinta de las cosas y la adopción de decisiones concebidas y planteadas de otra manera. El interés por la reflexión contraria o discrepante se ha desvanecido quizá en un proceso sin retorno, que posiblemente no se restablecerá nunca (o en muchísimo tiempo). Bien es cierto, sin embargo, que tampoco es un pensamiento perseguido, no hay en el poder afán alguno porque desaparezca, sencillamente porque acaba siendo subsumido en el magma de la opinión controvertida que el propio paso del tiempo se encarga de diluir. Es un pensamiento libre, pero sus perspectivas y posibilidades de incidencia se muestran cada vez más limitadas. ¿Alguien ha oído en los debates parlamentarios, sean del nivel que sean, arropar las argumentaciones con opiniones solventes extraídas de las ideas sustentadas en el rigor?


Prima, en suma, la indiferencia frente al hostigamiento, el desdén frente a la animosidad. Qué mas da. Se entiende que sus reflexiones no hacen daño, entre otras razones, porque la consistencia del pensamiento crítico riguroso aparece en nuestros días desvaída ante el apogeo adquirido por sus dos principales neutralizadores: el ensordecedor ruido mediático, que todo lo envuelve para tensionar el ambiente mediante un lenguaje tan elemental como corrosivo, del que muy pocos se escapan, pues la mayoría recurre al insulto, a la mentira y a la vulgaridad, aprovechando las zahúrdas de la TDT; y el pensamiento dócil, sumiso, el que se fragua en la cohorte de los “intelectuales” a sueldo, cuya función no es otra que la de avalar, con argumentos precocinados, lo que se hace desde el poder, ofreciendo gato por libre sin que la mayor parte de quienes los leen o escuchan reparen en ello.


8 comentarios:

  1. Pocas reflexiones he visto yo como esa. Tienes toda la razón, Fernando. Ausentes Saramago y Ayala, callado Sampedro, ¿qué nos queda? ¿acabaremos invadidos por los Arcadi Espada, los Miguel Angel Rodriguez y gente de esa estofa? Creo que hay muchos que merece la pena escuchar pero están demasiado silenciosos.

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  2. Un placer volver a tenerte entre nosotros, Fernando.

    La reseña que haces de ese libro me motiva para intentar leerlo. Y sobre el hecho de que ahora los políticos ignoren a los intelectuales quizás sea porque hay pocos y ellos no están capacitados para entenderlos. Están, diría yo, tan adocenados como la inmensa mayoría de los ciudadanos...

    Un abrazp

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  3. Iba y voy a decir lo mismo que ha comentado Luis Antonio de la oportuna y excelente reseña de Fernando, pero de otra manera. Me carcajeo hasta miccionar ante la más mínima insinuación de que nuestros políticos se nutran de los intelectuales. ¿Estos? Pero, ¡si no han leído ni media página del betseller más sencillito! Por favor. Como la mayoría que los vota, ni más ni menos. ¡Qué nivel, Maribel! Es que casi nos arrastramos ya, de tan bajo que hemos caído. Una pena. Sombrío post, aunque extraordinario y muy útil para todos los que no conocíamos el libro. Feclicidades y gracias, Fernando.

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  4. Bienvenido de nuevo a este micromundo online.
    Yo Fernando, te diría, que prefiero dejarme influenciar por el pensamiento de estos grandes sabios que por globitos rellenos de aire que con bonitos colores se cimbrean en el aire.
    ...
    Un abrazo

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  5. ROSA

    Muchas gracias por tu comentario. Desde luego, sería terrible que el lugar dejado por los sabios fuese ocupado por los botarates que viven, y además muy bien, de la mentira y el insulto.

    LUIS ANTONIO

    No me resulta fácil actualizar el blog como quisiera, ya que tengo algo complicado el tema del tiempo últimamente. Pero os sigo a mis buenos amigos y lo seguiré haciendo. Te recomiendo la lectura de Judt, pues nos sumerge en ideas que ya no se estilan. Tienes razón: los tiempos de la política y del pensamiento hace tiempo que dejaron de relacionarse. El adocenamiento prima en el ambiente, pese a que hay personas que luchan contra ello. Un abrazo

    JA... RAMOS

    Te agradezco una vez más tus palabras, que con tanta frecuencia coinciden con las mías. No creo, sin embargo, que todos hayan, hayamos, caido tan bajo. Me resisto a la deseperanza, al abatimiento y a la resignación. Swe lo decia a Luis: hay mucha gente que vale la pena y cuyo ejemplo nos ayuda a pensar que no todo está perdido. un abrazo.

    AMIGA

    Coincido contigo, pero no podemos volver la espalda a lo que nos dicen quienes nos representan. Querámoslo o no, dependemos de ellos y lo que dicen va luego al BOE, donde se nos dice lo que tenemos que hacer. Ahi es nada. Un abrazo

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  6. ESCRITOR POETA Y AMIGO: ES UN PLACER VISITARTE,TU BLOG ES UN LUJO DE SABER...Y AGRADEZCO QUE LO COMPARTAS CONMIGO...
    BESOTES
    SILVIA CLOUD

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  7. Fernando, tomaré nota de ese libro pero yo echo mucho de menos a los grandes pensadores de antaño. Menos mal que te tenemos a ti con tus lúcidos análisis de la actualidad. Y, no olvidemos que, por lo menos aunque sea más "liberal", Vargas Llosa sigue estando ahí. Besotes, M.

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  8. SILVIA

    Gracias una vez más por tus palabras. También me satisface muchos leer tus magníficas reflexiones desde el corazón del Río de la Plata. Un abrazo

    MERCHE

    Estamos de acuerdo de nuevo. Yo creo que hoy también hay buenos pensadores y gente honesta en el mundo de la reflexión que aporta ideas que podrían ser muy útiles. El problema es que quienes deciden por todos los toman por floreros a los que mirar fugazmente para de inmediato darles la espalda. Vargas Llosa es un hombre lúcido pero hay causas nobles en las que se mantiene al margen. Aún estamos esperando su opinión sobre la tragedia de Honduras, por ejemplo. Un fuerte abrazo

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