Ayuntamiento de Valladolid: un espacio que se transforma
La Historia nunca termina ni es irreversible. Los procesos
históricos evolucionan al compás de los cambios que las sociedades introducen
con el fin de adecuarlos a los que en cada momento consideran más necesario
para sus intereses y necesidades. Cuatro años justos han transcurrido desde
aquel mes de mayo de 2011 en el que las plazas y las calles de las más
importantes ciudades españoles se llenaron de clamores que reivindicaban una
regeneración de la democracia, una puesta en
entredicho de los paradigmas dominantes en el ejercicio del poder. Tarde o
temprano su impacto se tenía que reflejar en la forma de hacer política. Tan necesario como inevitable. Lo
sucedido en España no tiene parangón con ningún otro país europeo. El cambio
provocado por la rebeldía popular de uno de sus sectores más cualificados: la
juventud profesionalmente preparada; una juventud que se sentía desamparada
pero a la vez consciente del papel que la correspondía desempeñar. La "España de la rabia y de la idea", invocada por Antonio Machado. Han bastado
catalizadores eficaces del malestar y del rechazo a la intensificación de las desigualdades para que la dinámica de cambio acabara
cristalizando en los comportamientos electorales, que los sondeos ya anticipaban y que la realidad ha ratificado más aún de lo que se preveía.
No es la revolución de los desposeídos ni de los movimientos
sindicales sino la voluntad de cambio exigida por quienes, conscientes de su
fortaleza, se sienten alternativa frente a los modelos agotados. La conmoción
ha sido generalizada, nadie se ha visto libre de ella y, por más que algunas
inercias subsistan, es evidente que ya nada será como antes. La desaparición de
las mayorías absolutas - y de algunos de sus rostros más denostados y obsoletos
- supone un viraje trascendental en la política española. Era necesario para
evitar la degradación de la democracia. Nada de "Juego de Tronos"
sino de "Borgen", nada de Maquiavelo sino de Montesquieu... la
recuperación de la dignidad durante tanto tiempo lesionada por las malas
prácticas asociadas a la opacidad, a la soberbia, a la corrupción, al
menosprecio, a la mentira, a la prepotencia del que se sentía impune, a la
indiferencia respecto a los problemas de la mayoría social, al lucro personal.
Apasionante el momento que nos toca vivir. Un saneamiento en toda regla. La
humanización de la política. Cultura de la negociación, precaución ante el
riesgo de corruptela, autocrítica, transparencia y humildad.
Pero, sobre todo,
sentido de la responsabilidad pública, de la rendición de cuentas, de la
vigilancia permanente. Cabe ser optimista, pues. Estamos de enhorabuena y hay
que celebrarlo. Las elecciones del 24 de mayo de 2015 pasarán a la Historia
política del mundo como el ejemplo de cómo la democracia no puede sobrevivir si
no se adapta a las justas exigencias de una sociedad maltratada. Toda una
lección de política positiva.
No se cómo será el mañana, pero no seré de los que tengan nostalgia del antes...
ResponderEliminarUn abrazo, Fernando
Fernando, al leer tu texto, tengo la impresión de que has visto lo que deseabas -deseábamos- ver y escuchar, y no tanto lo que realmente ha sucedido. Salud(os).
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