Conozco a Pablo del Barco Alonso desde hace sesenta años. Aunque nos vemos poco, la relación de amistad, fraguada en Burgos, en Valladolid y en Cádiz, permanece incólume, así cien borrascas la amenazaran y el cielo se confundiese con la Tierra. Lo traigo a colación porque me acaba de conmover el alma, entendida como metáfora de la sensibilidad, al invitarme a asistir en Burgos a la presentación de un poemario - Amor a los ochenta - que no es, ni para él ni para mí, un poemario más.
Conociéndole como le conozco, lo intuyo como ese canto a la esperanza y a la recuperación de la juventud que necesitamos en esa etapa avanzada de la vida cuando suma ya casi ocho décadas. Es admirable elevar palabras emocionantes y provocadoras sobre lo que puede significar "amar" y "ser amado", como él defiende cuando se han cumplido los ochenta años. ¿ De qué manera es posible elaborar un lenguaje que responda a la veracidad de unos sentimientos que el paso del tiempo ha seguramente desleído o erosionado? ¿Con qué grado de firmeza es posible aferrarse a ilusiones y esperanzas placenteras, que uno pudiera considerar superadas, si no es a través de esa fortaleza que deriva de la voluntad de no desvincularse de las posibilidades inherentes a la sensación de una juventud renovada en la última etapa de la vida?
Cuando el balance conseguido deja ya escaso resquicio a lo necesario y repele lo superfluo mientras se aferra a los comportamientos que permitan preservar lo más importante de todo que son la salud y la amistad, mensajes como los que Pablo trata de transmitir constituyen un estímulo para sentir que algo tan esencial como es el sentimiento amoroso, sigue teniendo pleno sentido. ¿ No les parece valioso en estos tiempos de zozobras, mediocridades e individualismos en exceso?
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