Aunque quizá adormecida en la memoria, la decisión de cerrar temporalmente, como sanción política la Universidad de Valladolid revive de vez en cuando en las conversaciones de quienes vivimos aquella experiencia y de los que, más jóvenes, se siguen interesando por ella.
Ocurrió el sábado 8 de febrero de 1975. Si se hiciera un recopilatorio de experiencias personales, el compendio sería llamativo como testimonio de lo que aquel hecho supuso en la sensibilidad de una generación, que, a raíz de la brutal medida, se dió cuenta de que la dictadura, con sus métodos y sicarios, estaba llegando a su fin.
Puedo dar fe de ello porque lo viví de cerca. Tenía 27 años, era profesor ayudante en el Departamento de Geografía y estaba a punto de presentar mi Tesis Doctoral sobre la Industria guipuzcoana. Algunos de mis compañeros, entre ellos mi maestro, y yo nos enteramos del cierre en Fermoselle (Zamora), donde estábamos preparando un trabajo de prácticas de campo, que habría de celebrarse la semana siguiente y que quedó suspendido.
El suceso operó como un catalizador de las conciencias, como un revulsivo motivado por el estupor que produjo y por el convencimiento de que las autoridades académicas y políticas de aquella época tenían gran responsabilidad en lo sucedido.
A raíz de aquello cobró fuerza y envergadura una reacción apoyada en debates y encuentros como no se habían vivido anteriormente. El cierre operó como una provocación. La reflexión política seria y rigurosa entró en las mentes y en los despachos y cristalizó en reuniones concurridas a las que asistieron profesores y alumnos que hasta entonces se habían mantenido al margen de la crítica asamblearia, reemplazada por espacios más entrañables, efectivos... y seguros. Lecturas recomendadas, reflexiones sobre la función de la Universidad, sobre la metodología docente, sobre "la alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura', sobre el futuro de un país abocado a la democracia, especulando audazmente sobre un deseado proceso de transición que nadie imaginaba cómo se iba a producir.. El salto cualitativo, si es que puede llamarse así, fue considerable, al menos en sus aspectos formales.
El cierre supuso, en fin, un cambio de actitud a favor de la maduración de la responsabilidad que cada cual ostentaba. Aparecieron maestros inolvidables, como Julio Valdeón, Justino Duque, Pedro Gómez Bosque, Fernando Marquínez, Mikel Corcuera, José Ortega, José Luis Barrigón. Aunque se echó de menos la implicación de figuras egregias de la sociedad y de la cultura vallisoletanas, que miraron para otro lado.
El cierre nos ayudó a los jóvenes a ser mayores y más conscientes del valor de la crítica en libertad. Las aulas reabrieron en mayo, pero el panorama ya no era el mismo. En noviembre desapareció el dictador, al que la Universidad sobrevivió para relegarlo al desprecio y al olvido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario