13 de octubre de 2025

Las incertidumbres de una negociación ya definida en sus objetivos esenciales

 



No parece aventurado afirmar que las negociaciones de Egipto son más una maniobra de dilación que una oportunidad real de paz. Si partimos de la premisa de que el criminal y genocida Netanyahu está decidido a “terminar el trabajo que empezó”, lo que se ha desarrollado en Sharm el Sheij no es un proceso diplomático, sino una prolongación prevista y calculada del genocidio y el expolio bajo la cobertura retórica y falsaria de lo que debe ser una negociación.

La estrategia israelí, amparada por Donald Trump, que obsesivamente la utiliza en su obsesión por recibir el Premio Nobel (que no ha recibido) y para favorecer los intereses inmobiliarios de su yerno y la banda que lo secunda, y, lo que es más grave, tolerada por la “complicidad” europea, consiste en mantener el control absoluto sobre Gaza, seguir colonizando a lo bestia Cisjordania y culminar el desmantelamiento político y demográfico del pueblo palestino. Culminar el genocidio y la aniquilación de ese pueblo: ese es su único propósito
El texto pone al descubierto una trampa inequívoca: la “paz” que se discute no es más que la institucionalización definitiva de la derrota palestina. La referencia al “Estado palestino condicionado” repite sin pudor el mismo guion de Oslo, donde la autodeterminación quedó siempre supeditada a los intereses de seguridad israelíes. En esta lógica, el proceso negociador no es un medio hacia la soberanía y el reconocimiento conforme a los principios del Derecho Internacional, sino una herramienta obscena para aplazar indefinidamente cualquier restitución de derechos. Netanyahu ya demostró en marzo de 2025, al romper unilateralmente el alto el fuego pese a la liberación de rehenes, que no hay compromiso posible: su política se sostiene en la violencia como método de control. No entiende otro lenguaje.
La impunidad israelí se apoya en un equilibrio de intereses en el que Europa y los gobiernos árabes actúan como socios silenciosos e inanes. La “complicidad directa” mencionada por los analistas no es solo moral, sino estructural: contratos de armamento, dependencia energética, alineamiento geopolítico con Washington. En el mundo árabe, la progresiva normalización con Israel desde los Acuerdos de Abraham ha convertido la causa palestina en una cuestión incómoda, sacrificada a cambio de estabilidad económica y apoyo militar.
Dicho de otro modo, el genocidio no se interrumpe, sino que se gestiona políticamente. Las conversaciones de Egipto funcionan como pausa estratégica, necesaria para recomponer legitimidad internacional sin alterar la correlación de fuerzas sobre el terreno. Netanyahu, enfrentado a causas judiciales y a tensiones internas, necesita mostrar poder y continuidad; la aniquilación progresiva de Gaza y la ocupación irrestricta de Cisjordania le sirve tanto para consolidar su liderazgo como para satisfacer a una sociedad israelí mayoritariamente contraria a la solución de los dos Estados.
La dilación negociadora no anuncia un cese del horror, el exterminio y la muerte, sino su prolongación bajo nuevas formas. Lo que se gesta en Egipto no es la paz, sino la administración del silencio, un interesado y publicitario compás de espera, antes de la ofensiva final. El plan no tiene en cuenta la ley internacional, priva de derechos a la población de Gaza, protege a la parte que comete genocidio, permite la ocupación israelí y no garantiza que Israel respete la tregua tras la puesta en libertad de los rehenes
Solo cabe esperar que la reacción popular se mantenga, que no decaiga el rechazo al Gobierno genocida, que el mundo no pierda la conciencia que que, más allá de lo que significa el genocidio palestino, están en peligro derechos esenciales para la Humanidad toda.

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