En una nota que fácilmente puede pasar
desapercibida para el lector veo en la prensa la noticia de que Amaya Moro-Martín,
investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y promotora de la Plataforma por una Investigación digna, ha puesto su mirada y su curriculum en Estados Unidos con el fin de encontrar posibilidades de futuro para un trabajo científico que en España tiene ya fecha
de caducidad. Cuando concluya el contrato que la mantiene unida a la entidad,
el escenario que se abre ante ella es preocupante y sin duda abierto a la frustración.
Seguramente cuando vuelva la vista atrás su memoria se llenará de recuerdos,
experiencias, ilusiones, ideas, momentos de insomnio y de placentera satisfacción, descubrimientos, logros… todo basado en la
dedicación a una tarea a la que ha dedicado no pocos de los mejores años de su
vida. Lamentablemente, no es una situación excepcional.
Un drástico e implacable
plan de ajuste amenaza con debilitar la capacidad científica del CSIC,
laboriosamente construida a lo largo de los años y apoyada en los esfuerzos de muchas personas, que han dado lo mejor de
sí mismas en el amplio abanico de opciones y saberes que estructuran un amplio
y valioso caudal de aportaciones, sujetas a rigurosos controles de calidad y
evaluación de resultados. Ya sé que toda generalización es excesiva y que en un
grupo tan amplio como heterogéneo siempre habrá matices que pongan en evidencia
situaciones y balances contrastados.
Sin
embargo, cuando se asiste a la reconversión de un organismo de tanta
relevancia simplemente por el hecho de que no puede quedar inmune a la
mutilación aplicada a todo lo público que sin excepciones, miramientos y reservas está teniendo lugar en España, uno tiene la sensación de que la prevalencia del
criterio cuantitativo sobre el cualitativo acabará siendo letal para el futuro
del país. No es irrelevante el hecho de que en los últimos quince meses, señala
la misma nota que comento, un total de 1.280 profesionales de la ciencia, la
investigación y la innovación han sido despedidos. Esto se ha llevado a cabo en un país que en 2011 destinó a la investigación el 1,35% de su PIB, sensiblemente por debajo del promedio de la Unión Europea de los 27 (2,3%) y de la cifra propuesta por el Consejo Europeo (3%).
Son cifras elocuentes aunque frías. Por eso tal vez convenga detenerse en los casos concretos de las personas
afectadas, valorar lo que han hecho hasta ahora, qué resonancia ha tenido y en
qué situación quedan los trabajos realizados, inconclusos en la mayor de los casos,
y ellas mismas. Qué pasa con los equipos
a los que pertenecían, qué con las líneas puestas en marcha y que sólo pueden
ofrecer la magnitud de sus resultados a largo plazo, qué con sus carreras profesionales, en algún momento esperanzadas. Sugiero que más pronto que
tarde se haga una evaluación de lo que ha supuesto para la situación de la
investigación en España la política aplicada al CSIC, sin olvidar tampoco los recortes acometidos en general sobre el sector. Será la forma de aclarar
las dudas que nos asaltan y conocer en toda su dimensión hasta qué punto
investigar en España - empresa decisiva para superar la cultura de la banalidad y el lucro rápido que nos invade - es una labor que va acompañada del llanto, la rabia y la
decepción de muchos de quienes la cultivan dignamente.
Basta una muestra. Hace unos días me enteré de que esta situación afecta también a Elisa Martín Ortega, una excelente investigadora en el campo de la Literatura y que acaba de abandonar el Consejo. Es hija de unos buenos amigos míos, los afamados escritores Gustavo Martín Garzo y Esperanza Ortega. Sinceramente lo siento. Dejó constancia de sus sensaciones en su blog. Merece la pena leerlo.
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