Sólo la sinceridad consigo mismo puede devolver
definitivamente a un pueblo maltratado la dignidad perdida en los momentos
dolorosos de su pasado. Ocultar la historia, enmascararla con invocaciones
interesadas en la defensa sesgada del olvido, eludir la verdad de lo vivido como
tragedia por entender que el tiempo ha erosionado la razón de ser de su
recuerdo o dificulta el encuentro supone una trampa en la que no se debe incurrir ya que lesiona la
posibilidad de que las heridas cicatricen gracias a la capacidad social y
culturalmente vertebradora que proporcionan las verdades compartidas.
Aleccionadora resulta en este sentido la iniciativa que el
gobierno de Chile ha emprendido con motivo del cuarenta aniversario del golpe
de Estado que puso fin violentamente al gobierno de Salvador Allende el 11 de
septiembre de 1973. Fue sin duda uno de los acontecimientos que con mayor impacto conmocionaron al mundo en el
último tercio del siglo XX. Las gentes de mi generación lo recordamos bien hasta el punto de que las
imágenes en blanco y negro que dieron cuenta de la dimensión de la barbarie, y de sus responsables, permanecen
indelebles en la memoria.
Por esa razón, descubrir y visitar en Santiago la exposición conmemorativa que recuerda aquellos sucesos constituye una experiencia que no
debe ser pasada por alto. Es una muestra discreta, cuidadosamente organizada en
un espacio limitado del Museo Histórico Nacional donde está instalada y concebida con un doble
propósito: el de demostrar que lo que ocurrió hace cuatro décadas forma parte
incuestionable de la vivencia histórica chilena y el de ofrecer a quien lo
desee un escenario en el que dejar libremente constancia expresa de lo que aquello supuso
desde el punto de vista de su percepción personal y política.
Cualquiera puede, si lo desea, manifestar por escrito su testimonio personal, su valoración de los acontecimientos, las ideas que aquello le evoca bien porque lo vivió de manera directa o porque forma parte de un legado histórico transmitido por quienes sí lo vivieron ante el que no es posible permanecer indiferente. La lectura de esos textos resulta muy aleccionadora y refleja hasta qué punto el 11 de Septiembre de 1973 y lo que sucedió después forman parte de una conciencia común, que es asumida con la sola voluntad de esclarecer los hechos sin tapujos, manipulaciones o silencios malintencionados.
Interesante post. Interesante es que haya gente que cuide de salvaguardar hechos memorables. Me gusta que estos acontecimientos se cuenten sin rencor, pero sin tapujos. Esta fecha es para el mundo un día que se ha de recordar, recordar para que sepamos que el ser humano no es perfecto, y que existe el peligro real que estos acontecimientos puedan volverse a repetir. Una buena educación que nos enseñe a poner la mirada atrás sin ira puede que sea un buen método para no repetir la historia. En nuestro país también tenemos alguna que otra fecha que nos puede enseñar a convivir como personas civilizadas...
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Miguel, tienes toda la razón. Un fuerte abrazo
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