10 de noviembre de 2016

Una justificación injustificable

Sorprenden los esfuerzos intelectuales, presentes en las redes y en muchos medios, realizados tras las elecciones presidenciales en Estados Unidos para explicar y justificar la victoria - en número de electores que no de voto popular - de Mr. Trump. Todo un argumentario, propio de los adivinadores del pasado, aflora para encontrar una causa lógica, a fuer de inevitable, en la interpretación de lo sucedido. Se habla de derrota del establishment, del descrédito de la Sra. Clinton, de la consistencia e intensidad de la campaña del contrincante vencedor, de la capacidad de éste para conectar con amplias capas de la sociedad desfavorecida, de su posición enfrentada a la globalización y al deterioro de la fortaleza de Estados Unidos en el mundo.

Son ideas, en cualquier caso, que tratan de ofrecer una imagen antisistémica del nuevo presidente, diluyendo como por arte de magia su consideración de individuo paladín de iniciativas que, en esencia, se basan fundamentalmente en la pretensión de apuntalar los privilegios de la camarilla que le rodea y de la que se va a rodear para gobernar con la consiguiente exclusión del resto de la sociedad. Cuando, a través de la demagogia y el embaucamiento, se pretende crear una imagen de ruptura con los aviesos precedentes del establishment a invalidar y derruir, lo que nos encontramos es con una enorme falacia, con un infame trampantojo con el que enmascarar las intenciones de una política que, a la postre, ha de derivar en el agravamiento de las mayores perversiones del sistema que se dice cuestionar.

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