Las fronteras han dejarlo de serlo allí donde el tránsito de un país a otro se efectúa sin ningún tipo de obstáculo. Ocurre en la Unión Europea, donde se tiene la sensación de que, en efecto, las fracturas creadas por la historia han sido superadas merced al decidido propósito de configurar, con mayor o menor fortuna, un territorio plenamente integrado. Es cierto que los límites permanecen estrictos desde fuera de ese ámbito pero quedan desvaidos cuando el viajero se desplaza sabiendo que lo hace a un espacio que no es el suyo pero que siente vecino y compartido.
Sin
embargo, quienes hemos vivido los momentos en los que la muga era línea
rígidamente marcada no podemos desprendernos de los recuerdos que nos remiten a
situaciones a veces complicadas y casi siempre marcadas por la ruptura temporal
de la movilidad. Cuando en las condiciones actuales cruzamos la frontera solitaria, el instinto, motivado por la
memoria, lleva a suavizar la marcha, a mirar para los lados, tratando de
encontrar los restos abandonados de las viejas aduanas que antaño tanto entretenían, a
retener en la mirada la señal o la bandera que indicase que ya se encontraba
uno, al fin, en otro Estado. Apenas influía la continuidad del paisaje para
camuflar que se trataba de un espacio políticamente discontinuo, sensación ya
muy matizada ciertamente cuando la frontera se extingue pero de la que, en el fondo de la mente, no resulta tan fácil liberarse, pues en el ánimo se acentúa la sensación de espacio desolado al venir a la mente la imagen de las concurrencias que antaño se formaban en torno a ella.
En ello
se basa, creo yo, la pervivencia psicológica de la frontera como realidad
asumida y superada a la vez, como reflejo de un hecho que el tiempo se ha
encargado de desvanecer pero cuyas reminiscencias todavía perviven aunque sólo sea
por la evocación que proporcionan esos carteles, irrespetuosamente tratados cuando esas manchas que hoy lo cubren eran ayer totalmente inconcebibles.
Cada vez que veo algo así me pregunto en qué lugar de nuestra evolución quedó el sentido cívico o simplemente, la educación más básica.
ResponderEliminar¿Piensas que algún día, amigo Fernando, existirá la plena movilidad dentro de la Unión, como tú dices, sin fronteras ni esa inevitable sensación de sentirse forastero...? A mí me cuesta creerlo.
Un abrazo
Sigo soñando con un mundo sin fronteras...
ResponderEliminarOtros, sin embargo, levantan muros...
Un abrazo