20 de febrero de 2013

Cultura crítica, cultura viva


Cuando el mundo de la cultura se calle, es probable que se calle el mundo. ¿Nadie recuerda a Francisco de Quevedo, a Francisco de Goya, a Albert Camus, a Arthur London, a Barbra Streisand, a Guillermo Cabrera Infante, a Ricardo Darín, entre otros tantos y numerosos, gentes dignas y refractarias a la domesticación y al servilismo en relación con el poder? ¿Cómo ofenderse por el hecho de que quienes sienten gravemente lesionada la actividad cultural a la que dedican su vida y su talento se rebelen contra los responsables de tamaño desaguisado? ¿Qué país sería el nuestro, cuál su categoría y prestigio, si la creatividad y el talento culturales adoptasen la pasividad del silencio de los corderos? Bastaría con prestar atención al discurso pronunciado por el Presidente de la Academia del Cine en el acto de entrega de los Premios Goya 2013 para resumir, con la claridad, contundencia y fuerza expresiva (Boyero dixit) con que lo hizo, el crítico y sombrío panorama que se cierne sobre el cine español, poniendo en peligro una de las principales manifestaciones de la vitalidad cultural del país. 

Si al propio tiempo en esa caja de resonancia que dicha ceremonia representa las gentes del cine ponen al descubierto su sensibilidad hacia los problemas que aquejan a la ciudadanía y a la calle, precisamente porque forman parte de ellas, no hacen sino demostrar que nada de lo que sucede a su alrededor les resulta ajeno, bien porque les afecta de manera directa (Peña) o porque se sienten en la necesidad de defender causas con las que se identifican (Bardem, Verdú, Sacristán, Bayona, etc.). Demuestran, actuando así, que son actores y realizadores en la ficción y en la realidad, personas resistentes a vivir en un mundo de silencios e indiferencias, de banalidad, corrupción y sensibilidades abotargadas. 

Por esa razón y porque creo que se lo merecen sus artífices, defiendo personalmente al cine español y a quienes lo representan y dignifican. Acudamos a las salas a ver sus obras, sigamos sus peripecias, identifiquémonos con sus mensajes. Y, aunque, como es obvio, tampoco estén exentos de la crítica que es lógica, necesaria e ineludible en  toda actividad cultural (pero, ¿es que puede haber cultura sin crítica y sin debate?), dejemos de lado a esos opinadores de la opinión única, que se retroalimentan una y otra vez a base de sus argumentos sectarios y bien pagados, porque son incapaces de ver más allá de su propia mezquindad. Cuando ayer oí a una tal Uriarte decir que ella prefería el cine norteamericano o francés, porque, a diferencia del español (al que denigraba simplemente porque es contestatario, pues ninguna otra razón aportaba), le parecían excelentes, tuve la sensación de que hay en el escenario mediático español personajillos de medio pelo, que presumen de intelectuales de la nada y a los que la mezcla de ignorancia y fanatismo, amén de una dosis nada baladí de cursilería, memez y engolamiento, les lleva a perder el sentido del ridículo. Algo en lo que no les van a la zaga los habituales cultivadores del insulto zafio contra lo que no venga de su banda o los que, sesgando claramente sus antipatías y simpatías, practican lo que expresivamente Ricardo de Querol denomina "el tiro al actor". 

1 comentario:

  1. Es posible que, con su intervención en la gala del cine, los trabajadores del sector estén defendiendo su trabajo. Claro, es lógico, como hacen los mineros y los trabajadores siderometalúrgicos, por ejemplo, y a todo el mundo le parece estupendo. Es su derecho. Y su obligación. Pero han hablado de los problemas de todos y de un país en bancarrota, económica, social, cultural y política, que condena a la exclusión a sus ciudadanos y los convierte en súbditos, y eso debiéramos aplaudirlo, y sentirnos concernidos, y hacernos cómplices. Lo único que no podemos aceptar es la resignación, y es lo que nos han dicho los actores, y nos lo dijo en su momento la plataforma contra los desahucios. Es comprensible la reacción de quienes viven enquistados en el sistema, porque son el sistema, viven de él o comen en sus pesebres, pero cuesta más entender la reacción de quienes debieran sentirse identificados por la denuncia de los actores (o la de Talegón, también), como en su día debieron sentirse identificados con el movimiento 15M. ¿O es que la putrefacción es tan profunda?

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