Aquello del caso "Naseiro" quedó en nada. ¿Recuerdan? Por allí
pulularon, amén del tal Rosendo Naseiro, un tipo llamado Palop, que hacia buenas migas
en eso de la pasta con un sujeto atrabiliario que atendía por Zaplana, el
"individuo sin escrúpulos" como le calificó un colega mío de la
Universidad de Alicante. Al ver que no ocurría nada, y que la financiación
ilegal del Partido podía seguir campando a sus anchas, se adquirió una
sensación de impunidad que llevaba a pensar que lo de los dineros en las sedes partidarias
podía ser gestionado con la mayor impudicia sin que nada pudiera ocurrir. Si
las advertencias o las sanciones son necesarias para corregir errores y
enderezar políticas, cuando éstas no se producen se piensa entonces que todo está permitido,
máxime cuando se confía que los instrumentos legales están controlados o se les
puede domeñar. Es el riesgo que corre la política cuando, como señala Garrigou, "implica un realismo cínico y un uso instrumental del Derecho, que no sacraliza la regla normativa al considerarla en función de su utilidad práctica".
De aquellos polvos vinieron estos lozadales pestilentes en los
que se halla sumido el Partido Popular y que implican con enorme gravedad a
los dirigentes de los que al mismo tiempo depende el gobierno del país. He ahí la enorme gravedad de lo que ocurre: esa trama inmensa de irregularidades que todo lo corroe. Lo peor que nos podía suceder. No se
conoce en la reciente historia de la Europa comunitaria ningún escándalo que
haya alcanzado las proporciones de lo que en estos momentos está sucediendo en
España. La vergüenza hace tiempo ha sido
rebasada para dar lugar al esperpento, al ridículo y a la rabia incontenida.
¿Qué derroteros seguirá a partir de ahora la política española? A medida
que la presión aumenta al compás de informaciones, comportamientos y
declaraciones que parecen inconcebibles; a medida que salen a la luz los
acontecimientos y tejemanejes reveladores de prácticas corruptas enquistadas de manera crónica en los hábitos
de la política gobernante al más alto nivel; cuando se descubren manejos y actitudes
a cual más escandalosos y lacerantes para la imagen del país; cuando la
indignación de la sociedad aumenta y una fronda de malestar y rechazo provoca el repudio de la política, cuando tan indispensable ésta resulta en tiempos de
crisis e incertidumbres como los que vivimos, necesitados de esa confianza en las instituciones que parece haber desaparecido; cuando todo esto ocurre y la
figura del presidente del gobierno queda irreversiblemente maltrecha diga lo que diga (que no dice nada), y haga
lo que haga (imposible de subsanar lo que ya ha hecho, pues la documentación
demoledora así lo revela) un escenario preocupante se cierne sobre el país,
haciendo trizas su prestigio internacional y dando la sensación de que sólo una
profunda catarsis del panorama político será capaz de sacarlo del atolladero en
que se encuentra.
Ni la mayoría absoluta
en la que se arropa de forma numantina ni las presuntas expectativas de mejora
económica – que solo percibe Guindos en un ejercicio de simplificación
lamentable – constituyen garantía alguna para salvar a un Presidente del
Gobierno que ya no merece serlo.
Me apena y encoleriza tanto este país y muchas de sus castas dirigentes que me tienta tachar la nacionalidad de mi pasaporte...
ResponderEliminarUn abrazo, Fernando
Es nuestro país, Luis Antonio. Hay gente que merece la pena, proyectos por lo que luchar, experiencias vividas que merecen ser recordadas. Un abrazo, amigo
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