5 de enero de 2014

Están libres, sí, pero siempre serán los rostros de la muerte



La justicia ha hecho justicia y la ley ha prevalecido como debe ser en un Estado de Derecho. Han salido de prisión antes de lo que se preveía, precisamente porque la aplicación de las penas no admitía la retroactividad de una sentencia promulgada después de que fuesen condenados en función de la ley vigente cuando eso ocurrió. Están en la calle, sus edades les sitúan en el tramo provecto de la vida, seguramente su bienestar estará condicionada por las dificultades para insertarse en el mercado laboral, lo que les ubicará en la marginalidad o, en todo caso, les convertirá en beneficiarios de la complicidad solidaria de quienes les mantengan sin dar palo al agua, entre otras razones porque, amén de la crisis que tanta mella hace en  el empleo, sus competencias profesionales dejarán mucho que desear. Poco importa su futuro pero sí importa volver a contemplar sus rostros. 

Muchos han protestado por el acto celebrado en la villa vizcaina de Durango, cuando se han reunido para leer unos comunicados unidireccionales, que no han admitido réplica sobre lo que piensan de la situación actual de la banda, de sus expectativas y de lo que van a hacer en el futuro. Incapaces de pedir perdón, su discurso ha puesto en evidencia, sin embargo, el reconocimiento de su derrota, al reconocer explícitamente el dolor causado y la legalidad penitenciaria. Ha primado el Estado de Derecho frente a la barbarie y la irracionalidad. 

Cuando veía sus rostros adustos, expresando una pretendida gravedad que no hace si no demostrar la erosión implacable del tiempo, recordaba a la vez las caras de Francisco Tomás y Valiente, de Gregorio Ordóñez, de Ernest Lluch, de Manuel Broseta, de Miguel Angel Blanco, de Isaías Carrasco y de tantas y tantas otras personas -  militares, policías y civiles hasta aproximarse al millar - cuyas imágenes solo perviven en la memoria, que también nos sirve para evocar con pesar las de aquellos que quedaron gravemente lesionados de por vida. Que no se olviden los rostros ni de los unos ni de los otros. La imagen de la dignidad de los que perdieron la vida o fueron heridos a manos de criminales sin escrúpulos marca el contrapunto de los que ahora han vuelto a ocupar las calles y las plazas de Euskadi sin haber conseguido ninguno de sus propósitos. Algunos les jalearán sin duda, pero a medida que el tiempo pase, se convertirán en seres incómodos e irrelevantes. Tanta muerte para nada, tanto dolor sin reparación posible. Qué bien lo explicaba José María Calleja, que tan bien los conoce y tanto los ha sufrido. Han vuelto a sus casas, sí, ya son libres, pero nunca dejarán de ser los rostros de la muerte sin sentido. 

2 comentarios:

  1. Hola Fernando, a todo lo escrito por ti solo añado algo de mi cosecha. Miremos cada uno de esos rostros y...ahora miremos el rostro de Irene Villa. ¡¡¡Hay una gran diferencia!!!.

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  2. Pues sí. Se hubieran podido evitar casi mil asesinatos si el modo de pedir lo que se buscaba hubiera sido otro.

    Un abrazo.

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