Cuando acaba de comenzar el año 2025 es bueno recordar que, entre otras efemérides a tener en cuenta, ha sido proclamado en 2022 por la Asamblea General de las Naciones Unidas como Año Internacional de la Preservación de los Glaciares, concretando la fecha del 21 de marzo como el Día Mundial de los Glaciares.
Se trata de una llamada de atención sobre los riesgos de deterioro a que se enfrentan las masas heladas de la Tierra, que ocupan una superficie de 700.000 kilómetros cuadrados y sobre la necesidad de valorar la decisiva importancia que su preservación ostenta como garantía de la sostenibilidad medioambiental.
Pues es bien sabido que la estabilidad de la vida en la Tierra aparece estrechamente ligada a la conservación de los glaciares, por cuanto de ellos dependen los sistemas biológicos del planeta y el mantenimiento de las reservas de agua. Su fragilidad está científicamente constatada.
Una rigurosa investigación, dada a conocer en 2019, revela que la mayoría de los glaciares que forman parte del patrimonio mundial han perdido una parte significativa de su entidad física desde comienzos del siglo XX, afectada, como se indica en el gráfico, por un generalizado y en determinados puntos muy intenso proceso de pérdida de su masa e incluso han llegado a desaparecer en lugares tan significativos como los Alpes o África. El mismo trabajo señala que cerca de la mitad de los glaciares del patrimonio mundial podrían desaparecer a finales del siglo XXI si las emisiones de gases de efecto invernadero continuasen al ritmo detectado actualmente, con las graves consecuencias que ello traería consigo.
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