La oportunidad de un acto académico me ha permitido asistir recientemente en Zaragoza a un
interesante debate con colegas prestigioso sobre el impacto de Internet y los recursos
informáticos en la Educación. A medida que la conversación avanza,
comienzan a surgir las cautelas y las advertencias que esa relación suscita.
Disponemos ya de la
suficiente perspectiva temporal y empírica para saber lo que el tema, con sus
luces y sus sombras, da de sí. Nadie cuestiona las enormes posibilidades que la
Red permite para la ampliación y recopilación del conocimiento al tiempo que se
valora de manera positiva la utilidad y pertinencia de las herramientas
informáticas para el tratamiento, sistematización, integración y comprensión de
los saberes.
Pero, ay, una señal de alarma aflora en el ambiente, que, en
esencia, se resume en dos constataciones:
- por un lado, el aprendizaje a través
de la Red puede inducir a derivaciones que crean más confusión que claridad y
coherencia cuando no tienden a banalizar el trabajo mediante una simplificación
del esfuerzo, facilitado por el acceso a ingentes volúmenes de información,
asumidos acríticamente y utilizados como alternativa a la labor de indagación
reflexiva y personal, para la que se ha de estar debidamente preparado;
- por
otro, más grave aún, se asiste a un deterioro clamoroso de la capacidad de expresión
formal a través del razonamiento escrito y desarrollado con la coherencia
expositiva y la debida corrección gramatical. Con frecuencia trabajos realizados mediante el
empleo del software que mejora sensiblemente el tratamiento y presentación de
la información, incluyen reflexiones, ideas y argumentos de una pobreza y
simplicidad palmarias. El contraste cualitativo es abrumador hasta el punto de
que invalida la brillantez formalmente pretendida. No hay programa que subsane
esta carencia, pues la exposición de las ideas sigue siendo, y lo será siempre,
el producto de una formación adquirida a base de tesón y buen aprendizaje.
De
este modo, cobra plena justificación la necesidad de reafirmar y fortalecer la labor del profesor, la tutela formativa,
la transmisión de una práctica laboriosa que en nuestros días , tiempos de
fascinación por las nuevas tecnologías (por lo demás, justificada), consiga
integrar en el alumno la capacidad inherente a la expresión de las ideas con el
amplio margen de posibilidades que propician los instrumentos innovadores del
aprendizaje sin que aquélla se vea necesariamente eclipsada o minimizada por éstos.
Es una cuestión que me preocupa mucho y por eso la
traigo aquí.