-->
¿Podemos entender nuestra vida sin la referencia a los ríos de los que forma parte?. ¿Hasta qué punto nuestros recuerdos más apetecidos no se identifican con los cursos de agua en los que nos miramos e incluso nos sumergimos alguna vez para tener la sensación de que nos pertenecían como algo inseparable de nuestra visión de la naturaleza y del ocio más placentero?. Aunque ya no los tengamos próximos, jamás se desprenderán de nuestra memoria, entre otras razones porque difícilmente seríamos nosotros mismos sin aquellos recuerdos que nos evocan satisfacciones, riesgos, conversaciones a su vera, zambullidas esporádicas, perspectivas incansables al atardecer o a cualquier hora del día. Rios de nuestra infancia, rios de nuestra vida, ríos que vamos descubriendo al compás de nuestros viajes. En cualquier caso, “los ríos que nos llevan”, tal como los definió José Luis Sanpedro en aquella novela memorable sobre los ríos madereros.
Me imagino a Luis Antonio, que nunca olvida en sus sueños las aguas del Guadalope, el modesto afluente del Ebro que en su historia vital tanto representa, mientras en su imaginación fluyen las aguas del Turia y del gran río que acaba en el Delta del Ebre, arrobado ante el descubrimiento del inmenso Paraná en su reciente viaje a Rosario, tras haberle sido presentado por Maracuyá, entusiasta admiradora de ese caudal inimaginable, que la vista, por más que lo intente, no consigue abarcar y que nos conduce al Rio de la Plata, al que Abuela Ciber, Marga y Silvia Reikijai cantan con más frecuencia y entusiasmo de los que parece. Supongo, y creo que acierto, las nostalgias que producen en Miguel Ángel sus lejanas experiencias, y aún frescas, a la orilla de los ríos palentinos, aunque nunca olvidará sus correrías dentro y fuera del Valdeginate, del mismo modo que cabria entender el placer de Diego al cruzar el Sequillo en Medina de Rioseco, mientras mentalmente compone otra de sus grandes piezas para piano, el cabreo de Carlos por lo que han hecho con el Zapardiel en Medina del Campo, que de vez en cuando trata de compensar echando un vistazo al Guadiana en Ayamonte, o la fascinación de Cornelivs cuando de pronto se topa con los meandros del Guadalquivir en Montoro, tras abrirse paso en los sorprendentes campos de Jaén. Seguramente no será la misma que la que experimente Borja al recordar la torrentera del río Machángara en Quito, que nada tiene que ver con el Pisuerga, que tanto atrae, en cambio, a Vallisoletano, siempre dispuesto a destacar lo que de bueno tiene la ciudad que vio nacer a Jorge Guillén. Y atracción es lo que siempre ha sentido Cecilia cuando, desde su balcón, contempla el Manzanares, a pesar de que en Madrid ha dejado de ser lo que era, de lo que tantas veces se lamenta Isabel cuando recorre los lugares más apetecibles de la villa que tantas experiencias inspirara a Don Benito Pérez Galdós.
Y qué decir de los esfuerzos denodados de Fuensanta Clares por imaginar un Segura impoluto en el que mirarse tal cual es, a semejanza de lo que Laura pudiera sentir ante la imagen actual del Serpis, enteco y bastante desnaturalizado, que a menudo difumina al tratar de no perder de vista esas fotografias tomadas antaño junto al Esla, rio de grandes proyectos y majestades hidroeléctricas. Es más o menos la reacción que muestra Montse al divisar la magnitud de ese Tajo, que se resiste a ser domado, y que para ella representa libertad y poderío. Entre tanto, complacida con su entorno, Angela se asoma al Sella o a cualquiera de los enérgicos caudales asturianos, mientras Antònia se lamenta de que las aguas del Segre no fecunden los atroces secarrales del Sahara.
Jamás se avergonzará Zorro de Segovia de los rios que avenan esa provincia, donde el Eresma, el Clamores y el Duratón deslumbran la vista, y que en nada desmerecen por su belleza y sutilezas miles de los grandes caudales europeos, que le llevan, cuando los ve, a acordarse de esa obra prodigiosa que es el Canal de Castilla. Incluso Merche y Diana, mis amigas de Baleares, donde las aguas no lograr construir cursos estables, saben bien de esos ríos que de cuando en cuando frecuentan, allí donde sea, y que en su mente dibujan con exquisito trazado. Es lo que suelen hacer Josep y Miguel con la destreza que les caracteriza. El primero se imagina un Llobregat limpio y reluciente, digno de los lugares que atraviesa, mientras el segundo se conformaría con lograr que el Mijares fuese más conocido fuera de Castelló y, a ser posible, más admirado. Ay, los ríos del Mediterráneo, cuántas leyendas les acompañan. ¿Qué nos diría Nor, con su imaginación y elocuencia, de lo mucho que para ella ha representado el Xúquer, sin el cual no podría entenderse una parte importante de la provincia de Valencia?. Sí, ese Júcar que vemos nacer altivo en Cuenca, que se expande largo como él solo, y que se hace perezoso al llegar a la costa, salvo que la gota fría llame a arrebato.
Cada uno tiene su visión, cada cual su perspectiva, que nunca será idéntica a la del otro, porque, más allá de sus perfiles objetivos, los rios siempre deparan percepciones subjetivas. Mientras contemplo al Duero y al Pisuerga más bravíos que de costumbre, lanzo estas referencias para ejemplificar en unos cuantos amigos de esta sala virtual las reacciones que puede deparar la contemplación de un río en el que se perciben los ciclos de la naturaleza en su incesante secuencia anual. Todo fluye, nada permanece, aunque el mundo que los ríos vivifican o perturban nunca logrará desprenderse de ese espejo en el que se miran para sentirlo como prueba esencial de su autenticidad.
Y lo hago también tras haber leido el excelente texto con el que Javier Reverte nos deleita en la prensa, a través de sus impresionantes experiencias viajeras, en las que los ríos ostentan un protagonismo esencial.
¿Cuál es tu río?, ¿con cuál te identificas?. Aunque es seguro que todos tenemos más de tres que nos dicen muchas cosas, como aquel Duero que describía Gerardo Diego a su paso por Zamora, aunque la ciudad, "indiferente o cobarde, le volviera la espalda". No es esa la actitud que una y otra vez pone en evidencia Juan Navarro, fascinado por la mansedumbre que el río de oro (de ahi lo de Duero) despliega y que no puede apartar de sus recuerdos castellanos, como es lo que a mí me sucede cuando diviso la vega duriense a los pies de Tordesillas y pienso en que, en efecto, "nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar".
Desde Artigas, la cumbre oriental, a Corrientes, Curuzu-Cuatiá...
ResponderEliminarEste Sequillo, tan nuestro...
ResponderEliminarAbrazos y feliz año, querido amigo,
Diego
el año pasado viajé por Alemania durante unas semanas. ¡Qué ríos! pausados, límpidos e incluso navegables, como aquel proyecto de Canal de Castilla en el que se estrellaron nuestros mayores.
ResponderEliminarDe ríos sólo citaré al Valdeginate, donde aprendí a chapucar en el barro de su escasez veraniega, a cazar ranas con un trapo rojo o a mano, a cortar puros de sus juncales, y al que temí en sus imprevisibles y demoledoras avenidas cuando aún no estaba controlado.
ResponderEliminarLuego ha habido más ríos, pero esa es otra historia.
Saludos con el nuevo año, Fernando y la compaña.
Con el Duero mantuve un diálogo hace unos años y estuve a punto de instalarme a su orilla. No lo hice porque uno, a veces, se extravía. Y hay un río, que hoy casi no lo es, de mi infancia, afluente del Guadiana, el Azuer, que venía de no se sabe dónde, se serenaba en el tercer recodo para bañarnos como luego vi descrito en El Jarama, bordeaba el pueblo y se dividía en dos brazos, formando la Isla Verde, donde pescaban algunos -en el brazo más próximo a las viviendas- o aprendían los chavales o los jóvenes la aventura de amar, hasta que volvía a unirse y se alejaba bajo los Cinco Puentes. Hoy es un lecho seco. Esa será la herencia. En nosotros se queda la avaricia por el agua y el signo destructor de este tiempo.
ResponderEliminarUn abrazo.
¿Conoces Talavera de la Reina?
ResponderEliminarMi casa ( la de mis padres ) está justo a orillas del Tajo a su paso por la ciudad y desde mi ventana se ven los tres puentes, sus bellas orillas con su vegetación y su incensante fluir.
Cada año cuando en Navidad vuelvo a casa esa imagen me hipnotiza y voy y vengo a la terraza para simplemente mirar...
Ahora tengo el mar...
Besos
Nací al borde del Esla, cada año en invierno se desbordaba el río, llegando hasta la laguna y el plantío; el plantío es una arboleda verde y fresca, separada de la que era mi casa por la carretera de Benavente-Zamora.
ResponderEliminarCon la emigración, llegaron las rías y el mar- Cantábrico-
Después Madrid y su Manzanares, aquel río, sucio y maloliente tan distinto de lo que hasta el momento había conocido.
Los veranos en el pueblo, las meriendas en la orilla del río Esla y los barbos asaditos que pescaba el primo Lalo en su barca, barbos, bogas, carpas y cangrejos ¡ que gusto!; después atravesábamos las eras, donde trillaban los agricultores, nosotros a lomos de la yegua de mi tio José María, cantando y alborotando.
Recuerdos gratos de la desembocadura del Segura con Luis, Payo, Laura, Josean.
La arriegada bajada por la cuenca del rio Coco en el año 86, en plena miskitia buscando Puerto Cabezas donde debíamos entregar material sanitario y
escolar.
Y el Ucayali en su nacimiento, tan limpio, tan saltarín y tan moribundo cuando confluye con el gran Amazonas.
¡Ay! el Amazonas, marrón de color, del color de la tierra que incesantemente cae de una y otra orilla, ademas de árboles, animales de cuerpos hinchados, plásticos, envases...
Ahora Fernando, vivo en otra zona de Alicante diferente de la que nombras, es el Valle del Serpis y desde mi casa se vé el Pantano de Beniarres y un humedal muy interesante denominado La Albufera.
Hay mas rios, en uno de los bajos Alpes franceses estuve a punto de ahogarme, me engulló un remolino y me escupió como a 1 klm, me salvo un señor francés, yo tendría mas o menos 4 años.
El último en conocer el Nilo Azul, pero lo dejaremos para otro rato.
Gracias, amigos, actualizo la información para que todosn y todas os sintáis representados en este recorrido por los ríos de la gente a la que aprecio.
ResponderEliminarCon el Xúquer, en su paso por la Ribera Alta en Valencia. Entrañable compañero de mi infancia.
ResponderEliminarVuelvo con los ríos que me han llevado.
ResponderEliminarDel Valdeginate pasé a dominios del Pisuerga. Menudo cambio. El Carrión sólo me tomó de refilón, a fuerza de cruzarlo camino del pueblo a la capital y viceversa. Pero el Pisuerga fue mi compañero de niñez, que fue junto al cuartel de la policía de asalto, luego grises y ahora Cuerpo Nacional de Policía, donde inicié mis correrías como indio o vaquero, policía o ladrón, Robinson Crusoe o Tom Sawyer por las orillas del río y los desagües de la gran ciudad.
Por un tiempo fui transplantado a la vega del Oroncillo, tierras norteñas de Burgos, donde los cangrejos y el ajedrez en las alamedas escasas constituyeron buena escuela de pubertad.
Vuelta al Pisuerga, estirón juvenil, baños veraniegos y también primaverales, inviernos fríos y noches húmedas, otoños apacibles color tabaco y poco más. Tan poco que fue menester probar otras riberas.
Y fue la del Manzanares, donde la mirada se abrió a una inmensidad, los oídos descubrieron nuevas y alimenticias melodías, y el corazón decidió que no había vuelta atrás.
Y no la hubo aunque sí retorno al Pisuerga. No me vio nacer, pero es ahí donde pazco y también sesteo.
Esporádicamente otros ríos han servido de pequeños remansos o de torrentes estimulantes, pero casi no merece la pena recordarlos porque siempre tras probarlos la llamada a los orígenes ha sido tan fuerte que no ha sido posible desoírla.
El Pisuerga tiene la condición de no tener caudal, que se la debe según, al Carrión al decir de palentinos, al Arlanzón si burgaleses. Tampoco personalidad, que la copó entera el Esgueva, aunque a mi éste poco me dice. Pero tiene la Fuente del Cobre, que eso es indiscutible que le pertenece. Tampoco tiene fama, que la tiene el Duero, a no ser por el dicho ese que dicen no importa dónde vivan y cómo hablen, pero repiten como muletilla: “Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid…” para emitir cualquier barbaridad, futilidad o mentira pura y dura.
Los ríos tienen su qué, y hasta su agua es diferente. Pero la vida es una. Y allá nos veremos todas y todos, como bien dice Jorge, mi paisano, el Manrique; pero le corrijo, con perdón y con permiso, que desde luego no «es el morir», ¡qué va a serlo!
El Duero, por el interior de tierras Vallisoletanas, una vez que me perdí para ir a Peñafiel, y como no tenía prisa, y además viajaba muy bien acompañada, disfruté como nunca aquel dia de otoño. Un beso
ResponderEliminarAntes que nada, felicitarte por tu original y estupendo post. ¡Ah los ríos!. Yo te diré que nací al ladito del mar. En mi familia todos eran marineros, y yo me crié junto al mar, hasta tal punto que pasaron años antes que viera un río de verdad. Digo un río de verdad, porque el único río que yo conocía era el Río Seco (Río Borriol) que debe su denominación a que sólo lleva agua cuando llueve mucho. Por eso, cuando vi por primera vez el Mijares, me pareció una cosa asombrosa. Un río lleno de agua y de vida donde nos pudimos hasta bañar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Amigo Fernando, aparte de desearte un feliz año en el que el río de la vida te lleve por los más bellos parajes, me quedo asombrada de tu preciosa idea. Mi río, claro, como tú apuntas, es el Segura, esquilmado, maltratado, sangrado, con sus riadas, ya domesticadas ahora, y sus sequedades, con sus patos mutantes y sus islas de cañas. Hace tres años hice algo precioso: me bañé en sus aguas por primera vez en mi vida, en el Cañón de los Almadenes. Fue como si un padre me acogiera en sus brazos. Tengo otro río en el alma, el Quípar, a su paso por Cehegín, al que íbamos mis primos y yo a pescar renacuajos con las mujeres que iban a lavar. Luego he visto muchos ríos europeos, pero siempre mis ríos serán esos, uno grande y otro chico.
ResponderEliminarGracias Fernando, por sentirme parte de ese paisaje, gracias por tu bello relato donde cada uno de nosotr@s depositamos una parte de nosotr@s mismos. El otoño pasado estuve en tu tierra y aunque fue rápido he podido ver tu hermosa Castilla , abierta a quien por ella va... dándolo todo . Bello atardecer el que ví de vuelta a mí querida Asturias, lástima que estaba en la autopista y no pude inmortalizar la maravilla que brindaba la llanura...donde el horizonte se pierde sin casi tener límites. Gracias Fernando por tu reconocimiento.Un abrazo sincero
ResponderEliminarGracias, Fernando, por formar parte de tu bello texto. A los ríos que mencionas vinculados con el propio "río" de mi vida, añadiría el más entrañable de todos, aunque sea el de aguas más precarias, me refiero al Guadalope (afluente del Ebro) y que se forma en Aliaga (Teruel) con la unión del río Miravete y el de La Val. Otros muy vinculados a mi tierra son el Turia y el Ebro. Luego, como bien citas, he conocido otros de caudales desmesurados, pero ninguno gana en afectos y evocaciones al primero, al que llevamos siempre con nosotros... En mi caso, vuelvo a repetir, el GUADALOPE
ResponderEliminarLa corriente marrón del Paraná atraviesa mi vida. Imposible no empaparla de Paraná, de lo que trae y deposita en estas orillas, imposible que no se vaya un poco con él.
ResponderEliminarHola Fernando:
ResponderEliminarcierto es que al actualidad estos son para mi rios importantes. Pero en mi caso el rio,rio es el Cea: en aprendí a nadar, lo recorríamos con una balsa de fabricación casera, conocía hasta el último rincon de su fondo. Y, sobre todo, era el río al que iba a pescar mi mi querido amigo desde la infancia, Santos, que falleció en septiembre a las puertas de la jubilación.¡cúantas tardes pescando con caña y noches con red! ¡Qúe buenos ratos en los plantíos (alamedas de la ribera) con amigos o leyenda a la fresca sombra de los chopos en verano. En fin, el Cea es parte muy importante de mi infancia y juventud y lo recuerdo con nostalgia.
También el Valderaduey es un referente, aunque menos porque estaba más alejado. No obstante, muchos cientos de cangrejos le robamos Santos y yo, ya que el Cea nos negaba esta manjar (que era el cangrejo autóctono). Añadía el aliciente de un molino abandonado, fuente inagotable de para al fantasía infaNTIL.
Unabrazo
Los ríos en la gran literatura han incorporado un nuevo aliciente, que es el hermoso libro "Corazón de roble", dedicado a seguir el pulso y los caminos del Duero y del Douro desde Urbión a oporto. Yo he tenido el privilegio de poder leerlo estas Navidades y es una experiencia gozosa y sumamente enriquecedora. Sobre todo, por la alta calidad literaria de sus páginas.Por eso, invito a todos los amantes de los ríos a compartir ese placer.
ResponderEliminarEs verdad. Tanto ruido con el Corazón de roble del Duero y yo todavía no he conseguido verlo. Será un libro virtual? Ya lo hemos comentado varios amigos que estábamos buscando el mamotreto. Si teneis una idea, me lo decís, para seguir esa pista, que ardo en deseos. Grasias
ResponderEliminarERES UN VULGAR Y ESTÚPIDO CENSOR DE MIERDA, TEMBLOROSO GORDINFLÓN
ResponderEliminar