30 de octubre de 2010

"Volverás a mi huerto y a mi higuera...."




¿Cómo no recordar a Miguel Hernández el día en el que cumple cien años? Nació en Orihuela, junto a las higueras, y murió en prisión en medio de la barbarie. No había cumplido aún 32 años. Se mantiene vivo y lozano en la memoria colectiva de España, donde su obra sigue emocionando como cuando fue escrita.

Un poeta es grande, un escritor lo es, cuando, tras haber leído muchas veces sus obras, la lectura de nuevo sigue emocionando, provoca sensaciones a flor de piel, obliga a releer lo ya leído porque en ello se encuentra un refugio en el que uno se siente confortado. Pasa con aquellos por los que no pasa el tiempo. Su memoria pervive, su obra permanece, su mensaje conserva actualidad. Y esas percepciones se agudizan cuando nos encontramos ante la obra y la figura de Miguel Hernández, el hombre que desde la sencillez y la pobreza, desde la defensa de la libertad y del compromiso sin fisuras que ello implica, supo colocar la poesía en lo más alto de la sensibilidad humana.

Me sumo al homenaje merecido como reconocimiento a la calidad humana y literaria que tanto conviene evocar en los momentos actuales de la realidad cultural y política española.

23 de octubre de 2010

Viñetas que invitan a pensar (15): la política como arte escénica o los riesgos de la comunicación aplazada



Una cosa es la pedagogía y otra, muy distinta, la comunicación. La primera, más allá de sus obviedades y simplificaciones, va asociada a los modos y técnicas utilizados para la enseñanza, para la transmisión de los saberes, para el desarrollo de los procesos formativos; la segunda implica, en cambio, una dimensión eminentemente escénica, planteada y expuesta de cara a un auditorio que, escéptico o entregado, se dispone a atender los argumentos de quien en un escenario preparado ad hoc no tiene otra finalidad que la de distraer, encauzar el interés de la audiencia o explicar las cosas que le interesan para que el enfoque con que las orienta cale en la mente de los que escuchan. Es el "arte" de la comunicación, convertido en el paradigma de la acción política, una herramienta subsidiaria de las acciones y las decisiones, aunque decisiva, por lo que se ve, para asentarlas en el imaginario colectivo, en la opinión pública. Ya sabemos en qué consiste: en el tratamiento de la información para ofrecerla desde la óptica que interesa e importa al que comunica.
Resulta curioso. Quien toma las decisiones lo hace con independencia del juicio de valor que merezcan sus acciones; ni siquiera se toma la molestia de justificarlas de antemano. No sale a la palestra a exponer con la sinceridad y la elocuencia precisas lo que se viene encima. Más bien el destinatario de las medidas se limita a captar lo que suena en su entorno para hacerse una idea aproximada de lo que puede suceder y de cómo le va a afectar. Pero cuando la decisión tomada cobra, al fin, cuerpo y resulta incómoda, el perjudicado se rebela y muestra su disconformidad sin otra respuesta que la que le permiten sus escasos medios y posibilidades. Para contrarrestar la rabia incomprendida, se dice que no está bien informado, que carece de elementos de juicio suficientes, que su perspectiva es alicorta y en exceso mediatizada por una información en la que prima el sesgo malintencionado de quienes la propalan.

En ese momento se impone la necesidad de comunicar, de despejar desde el proscenio las dudas que obnubilan la mente del inconformista pensando que, si se hubiera esclarecido antes la postura seguida, su reacción habría sido otra. Con este fin, la comunicación lo resuelve todo de manera que cuanto más experto y convincente sea el comunicador mejor será el resultado conseguido. Se piensa que al estar éste en posesión de la verdad, de dominar las entretelas de lo que los de fuera son incapaces de percibir, los irrefutables argumentos del comunicador operarán como bálsamo poderoso en la solución de los equívocos que han llevado al malentendido. En apariencia, el modo de comunicar, típicamente escénico, constituye la solución a los problemas, su terapia más adecuada y pertinente.
Todo se concibe, en fin, como un proceso mecánico sujeto a las leyes de la escenografía. Sin embargo, algo falla en paradigma tan simple. Las sociedades no son tan inanes e inexpertas como se cree, la gente sabe perfectamente lo que pasa y porqué pasa, e incluso puede sentirse molesta si quien domina la escena pretende ofrecer gato por liebre o utilizar el truco que todos, a la postre, acaban descubriendo. Es entonces cuando sobreviene la sensación de rabia contenida al considerar que, tras las bambalinas, el discurso bien modulado y el power point, solo anida el ánimo de confundir los deseos con la realidad. Y eso no suele agradar a nadie.

16 de octubre de 2010

"ES CHILE UN PAIS TAN LARGO...

Plaza de Armas, en Santiago de Chile


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“…. MIL COSAS PUEDEN PASAR”. Y suceden en esa tierra donde se expanden en latitud todos los climas del mundo. Con esa frase inicial, entre otras ideas contundentes, sintetizaba el grupo Quilapayún la imagen del país en la parte final de la famosa Cantata sobre la tragedia ocurrida en Santa Maria de Iquique el 21 de diciembre de 1907. Allende los Andes, y ante un Pacífico cuyas costas ofrecen las más variadas formas de que es capaz un litoral inmenso, desde los salitres del norte a los relieves glaciares del sur, Chile ofrece una identidad geográfica, basada en una pluralidad de paisajes y horizontes, que llama poderosamente la atención.
Tanto como su historia y los rasgos de un pueblo que, pese a la lejanía, nos resulta particularmente próximo y entrañable. Un pueblo curtido en la lucha contra la tiranía, en la defensa de la libertad y en la superación de las catástrofes. Hay de todo, obviamente, como ocurre en cualquier país, pero, dejando de lado las contradicciones propias de una sociedad compleja, merece la pena destacar los esfuerzos realizados en los momentos actuales para afrontar situaciones difíciles asociadas a tres circunstancias especialmente graves, que ponen en evidencia la fortaleza de quienes las sufren y al tiempo protagonizan. Ocurren en el sur, en el centro y en el norte. Lo propio de un un país tan largo. ¿Cómo ignorarlas, cómo no concederlas la atención y el reconocimiento que justamente merecen?


Poca atención se está prestando en Europa y en España a la lucha del pueblo mapuche en las áreas meridionales del país. Es, se dice, una batalla silenciosa, aunque muy activa y persistente, alejada de los medios y deliberadamente olvidada. La comunidad Mapuche (el hombre de la tierra) reclama el reconocimiento de los acuerdos firmados a mediados del siglo XIX, por el que se reconocía la asignación de sus tierras ancestrales en la Región de la Araucania. En defensa de la restitución de este derecho 32 indígenas han iniciado una huelga de hambre, con la que también se reivindica el derecho a que a su comunidad, y a los que están encarcelados, no les sea aplicada la ley antiterrorista, en vigor desde la dictadura de Pinochet. Un problema muy serio, enquistado en las regiones del sur, y que ha hecho de la población mapuche, a la que pertenecen 800.000 personas, sea la más visible y combativa entre las sociedades originarias de Sudamérica. Apenas se habla de ellos en Europa, pero existen.


Cuando mencionamos las tierras centrales de Chile nadie puede olvidar el terremoto sufrido a finales de febrero de 2010. Pais de fuerte sismicidad, se habló incluso de que el temblor pudo haber cambiado la distribución del peso del planeta y alterado la velocidad de rotación terreste. Los impactos sobre las personas y sobre las infraestructuras no alcanzaron el nivel de catástrofe y destrucción producido en Haiti por el terrible seismo de enero. Fallecieron más de 700 personas y los daños materiales fueron enormes en el entorno de la ciudad de Concepción y en el área metropolitana de Santiago. Millón y medio de viviendas sufrieron los efectos del fenómeno y aún son muchas las que permanecen inservibles. Fue una enorme prueba para el país, que todavía dista mucho de haberse recuperado de la tragedia.


Y de nuevo la tragedia sacude a las zonas del norte, a los espacios de la minería que durante siglos lo ha proyectado comercialmente en el mundo. Sobrecoge el recorrido por los territorios desérticos, henchidos de mineral, del septentrión chileno. La mirada nunca consigue abarcar en su plenitud esa "soledad de sequedades". La muerte o sus amenazas así como las enfermedades de todo tipo siempre han estado omnipresentes. Y ha vuelto a ocurrir. Desde el 5 de agosto hasta el 13 de octubre de 2010, 33 mineros han permanecido sepultados a 700 metros de profundidad como consecuencia de un derrumbe, debido a unas deficientes condiciones de seguridad agravadas por la reapertura de la explotación ante las buenas perspectivas del mercado. El desenlace ha sido feliz, pero podía haber culminado en la tragedia. El problema ha tenido al mundo en vilo durante dos meses y medio, y ha puesto en evidencia algo que ya se sabe desde hace mucho tiempo y que nadie tiene que advertir: que el trabajo en la mina implica riesgos permanentes, que toda la precaución es poca para prevenir accidentes que tienden a suceder con reiteración, si no se actúa adecuadamente, en el entorno más difícil e inhumano de la actividad laboral. Antes de que se produjera el derrumbe las declaraciones sobre seguridad minera de los dirigentes del país eran de una laxitud lamentable. La calificaban de traba burocrática y de encarecimiento innecesario. Todo parece indicar que la lección recibida no va a caer en saco rato.


Chile ha sido durante este año noticia de primera página en muchas ocasiones. Todas dolorosas, todas lamentables, todas impactantes aunque con marcadas diferencias entre sí. La naturaleza ha sido contradictoria con ese país. Naturaleza salvaje y espléndida, brutal y fascinante, fecunda e inhóspita, indomable y transformada. Un escenario de contrastes que invita al conocimiento y a la reflexión, precisamente porque ofrece un modelo abierto a sistemas de gestión muy diversos, donde confluyen problemas derivados de la historia, del comportamiento del medio natural y, sobre todo, de la acción humana que, a la postre, es la responsable de que los problemas sean afrontados con voluntad positiva o abandonados a su suerte, lo que siempre repercutirá en la calidad de vida de los más desfavorecidos o peor tratados por la historia.





En cualquier caso, las estrofas finales de la Cantata de Iquique, entonada conjuntamente por Inti Illimani y Quilapayun, nos acercan mejor a los anhelos y las esperanzas de ese país tan largo como complejo.





12 de octubre de 2010

¿Qué tiene el flamenco que tanto procura? ¿Qué tiene ese arte que merece ser Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad?

Desde la Torre de la Calahorra, en Córdoba


Cuando mi hija se preparaba para asistir a un examen en su época de estudiante universitaria, momentos antes de salir de casa inundaba el ambiente con la voz del Camarón de la Isla, a ser posible con Tomatito a la guitarra, al toque. Necesitaba evadirse de ese modo ante la presión de la prueba inminente. Nos metió a Camarón en casa y desde entonces no ha salido. Nos hemos quedado con él sin olvidar aquella advertencia que en un recital impresionante, celebrado en Valladolid, le hicieron los gitanos que estaban a nuestro lado cuando le gritaron a pleno pulmón: “¡no cantes más, Camarón, que se lo quedan los payos!” Era suyo, formaba parte de su patrimonio, pero también nosotros le sentíamos como propio. "Yo soy el viento/tú eres la hoguera....". "La vida es una ilusión/que nadie vive sin ella..."

Recuerdo también cómo, tras una delicada operación de oído en Sevilla, el inolvidable Miguel Martín, abulense de origen y catedrático que fue de Estadística en la Universidad Complutense de Madrid, se convirtió, agradecido hacia el doctor otorrino Felipe Rodríguez Adrados (el admirado Felipe, ya fallecido) que le sanó, en un furibundo defensor del flamenco, de modo que no había conversación - incluso llegó a hablar de ello en alguna Tesis de Matemáticas - en la que no diera prueba de un conocimiento apabullante, casi pasional, del tema. Todas las reuniones de amigos terminaban siempre adobadas por Enrique Morente, el Lebrijano, José Mercé.....y, por supuesto, Camarón. Que no faltase Camarón. No obstante, "La Alhambra lloraba", cantada por el primero, era una de sus preferidas.


Mi mujer y yo tampoco olvidaremos el día en el que Carlos y Mila, nuestros amigos de toda la vida, nos llevaron en Ayamonte (Huelva) a oír a Mayte Martín, lo que nos permitió descubrir uno de los talentos más impresionantes y versátiles en ese mundo de sensaciones infinitas a la par que imprevisibles. ¿Y qué decir de las sesiones dedicadas a escuchar a Bernarda y Fernanda de Utrera, con las que Justo de Pablo, otro gran amigo, entabló amistad durante su estancia como director del Instituto de aquella ciudad sevillana? Mensajes de múltiples matices salían de la voz y los gestos de aquellas mujeres que siguen brillando con luz propia en un universo de canciones que nunca perecen.
Y lo son al igual que las sevillanas entonadas con una fuerza especial por Francisco Palacios, "El Pali", que tanto cautivaban a Julio Valdeón Baruque, el historiador fallecido y mi compañero en mil batallas, con quien compartí, en casa y en la carretera, infinidad de momentos de cuando en cuando salpicados por algunos de los versos de aquél que se enorgullecía de haber sido “siempre trovador de las cosas de Sevilla”. Ay, Sevilla, aquella ciudad que “tuvo una niña y la pusieron Triana” y que también “tiene una torre que presume de ser guapa”.


¿Y qué decir de los bailores y bailaoras que tantas veces cortan la respiración sin que ellos, ensimismados en la magia del "tablao" se den cuenta de lo que a su alrededor pasa? La magia infinita de Carmen Amaya y Antonio Gades puso al baile flamenco en lo más alto de la estratosfera, sacó puntas afiladas a las obras inmensas de los clásicos que aún conmueven cuando se las vuelve a ver y sentir, como vemos y sentimos als vibraciones que transmite como nadie Cristina Hoyos, que tanto aprendió del maestro y que también le supo enseñar porque él deseaba que así fuera. Y, cómo no, el flamenco se engrandece ante el embrujo que aportan los pies y los brazos de Sara Baras, de Antonio Canales o Joaquín Cortés. Ahí es nada el flamenco del compás que bordan como nadie esas coreografías de bailaores y bailaoras anónimos, que siguen resonando en lontananza cuando se abandona la fiesta y la memoria evoca escenas que son auténticas proezas de buen gusto.
En fin, amigos, se acerca la fecha, a comienzos de noviembre, en que el Comité de Patrimonio de la UNESCO resuelva en su reunión de Nairobi la propuesta de declarar el flamenco Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, una figura tipificada dentro de la categoría de bienes a proteger de acuerdo con la tipología y los criterios establecidos en las Convenciones de la UNESCO sobre el tema. Me sumo plenamente a esa iniciativa por tres razones: porque estoy convencido de que es una manifestación cultural que rebasa con creces su ámbito específico de creación y práctica habituales (la tierra andaluza) para convertirse en un valor cultural sin fronteras, porque creo en su autenticidad, en su calidad, en su contribución a las manifestaciones artísticas que desarrollan lo mejor de la personalidad de los pueblos y, sobre todo, porque encierra "tela marinera" de emociones y sensibilidades “que no se puén aguantar”.

9 de octubre de 2010

Los grandes escritores son ante todo grandes cronistas de sus países. El Perú de Mario Vargas Llosa

Arequipa (Perú)

Del mismo modo que es imposible entender el Uruguay sin leer a Mario Benedetti o nos resultaria complicado desentrañar las particularidades y misterios de Colombia, México, Argentina, Brasil, Guatemala o Paraguay sin ahondar en los personajes y en las experiencias, casi siempre increíbles, que nos describen, respectivamente, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, Jorge Amado, Miguel Angel Asturias o Augusto Roa Bastos (aunque no habría que olvidar a la impresionante generación de escritores que les han sucedido)…¿cómo descubrir la realidad peruana sin tomar contacto con las vivencias que han salido de la pluma y de la mente de Mario Vargas Llosa en las novelas de su primera época, y que siguen deslumbrando todavía?

Hay quien dice que todos los países de Latinoamérica son similares y que las realidades que en ellos existen aparecen repartidas por doquier. Es una afirmación que comparto pero también es cierto que las experiencias políticas respectivas, las trayectorias culturales, los hechos insólitos que crean singularidades e incluso los rasgos de sus paisajes acaban matizando ese mosaico de afinidades y contrastes, de semejanzas y matices marcados de ese mundo sorprendente en el que carece de sentido cualquier intento de simplificación.

De Mario Vargas Llosa se está hablando mucho y bien en estos días, en los que personalmente me sumo al vendaval de elogios y reconocimientos merecidos hacia uno de los mejores narradores de nuestro tiempo. Aludiré exclusivamente a ella, ya que no aplaudo esa postura selectiva por la defensa de los derechos humanos, en la que contrastan sus críticas, muchas veces justificadas, hacia regímenes de izquierda con los clamorosos silencios hacia las violaciones cometidas en otros como Colombia u Honduras, de los que jamás ha hablado. No recuerdo haber leido de Vargas Llosa escritos alusivos en sentido crítico hacia los regímenes conservadores latinoamericanos.
Su capacidad de inventiva y su calidad de expresión literaria son, en cambio, asombrosas. Enhorabuena al maestro que escribe de maravilla y que nos ha dejado obras imperecederas. Pero, para mí, en este escenario de apologías múltiples y justificadas, cobra especial sentido el impacto que hace años me produjo, leyendo “Conversaciones en la Catedral, la pregunta contundente que Santiago Zavala, el protagonista de la obra, se hacía, a la espera de una respuesta que admite multitud de perspectivas: “¿En qué momento se jodió el Perú?.
No es fácil compendiar en una sola frase lo que es todo un tratado de historia, geografía, pensamiento y sensibilidad política. La lectura de esa obra, y en concreto de esa frase, me descubrió la figura de Vargas Llosa, hasta el punto de que, siendo en aquella época (1969) responsable de la Biblioteca del Colegio Mayor Santa Cruz de la Universidad de Valladolid, organicé una serie de encuentros - comenzando con un interesantísimo debate sobre "La ciudad y los perros", al que siguió otro, aún más concurrido, sobre "Pantaleón y las visitadoras" - destinados a conocer mejor al impactante escritor peruano, hasta conseguir que la dirección del Centro financiase la adquisición de todos los títulos de Vargas Llosa editados hasta entonces en España. Y allí siguen todavía aquellas primeras ediciones, hoy inencontrables.

La frase se ha convertido en un tópico, en un latiguillo que sale de la boca cuando uno se encuentra con algún peruano a lo largo y ancho del mundo. Es una frase que no molesta, que se entiende casi como un cumplido, como el punto de inicio de una conversación que puede llegar a dar mucho de sí. Aparece de cuando en cuando adornando, como “pintada” inexcusable, los muros de las Universidades peruanas y de las calles de ciudades, grandes y pequeñas. Pero lo importante es que nadie olvida que esa expresión nació de la literatura, de la preocupación de un escritor peruano por su tierra, de alguien que ha recorrido el mundo sin descanso, que es afable y conversador genial, aunque el tono formal de su mensaje cambia cuando alude a su propio país, a sus raices, a ese mundo jodido que sigue percibiendo cuando se acerca a Lima, a Ayacucho, a Cuzco o a su Arequipa natal.
Quizá, cuando se lo encuentren en cualquier lugar del mundo, pocos serán los que le recuerden la pregunta de Santiago Zavala, a sabiendas de que no le van a incomodar por ello, pues seguramente el flamante premio Nobel de Literatura tiene conciencia muy clara de que ese interrogante, que es al tiempo exclamación, ha abierto respuestas en Perú para todos los gustos. No hay como formularla en cualquier reunión con peruanos para de pronto asistir, asombrados, a espectaculares clases de historia y de política que sobrecogen por lo tremendas y desoladoras que son.

2 de octubre de 2010

Los paisajes del río Duero en las manos de Pedro García

A su paso por Peñafiel (Valladolid)


Conocí a Pedro García Álvarez a través de su mujer, Flor, que hace años fue alumna mía en la Universidad Permanente “Millán Santos”, una iniciativa impulsada por la Universidad de Valladolid para extender la formación a personas adultas, decididas a seguir aprendiendo en la nueva juventud que se abre al llegar a la etapa jubilar. Desde entonces he mantenido una relación cordial, e incluso podría decir que amistosa, con esa pareja de viajeros infatigables, sensibles observadores de cuanto sucede a su alrededor y animosos partidarios de las causas más nobles.

Flor y Pedro

Ayer asistí a la inauguración de la exposición que Pedro presentó en Valladolid. Acudí al acto por dos razones: porque se trataba de una muestra sobre la obra del amigo, y porque estaba centrada en un tema que me apasiona, el río Duero, el río de mi tierra, el río de oro de los romanos. Dedicado al trabajo en la empresa durante toda su vida laboral, Pedro acomete con ilusión la tarea de pintar cuando tiene la sensación de que dispone de tiempo, de sensibilidad y de talento para ello. Lo hace como forma de dar salida a sus inquietudes culturales y creativas poniendo todo el empeño de que es capaz para que, a través de la acuarela, el espacio que divisa, el paisaje que le atrae, cobre entidad y perviva para siempre en la imagen recobrada.


El puente de Aranda (Burgos)

El curso del Duero permite todo eso y mucho más. Desde las tierras agrestes sorianas de la Cordilla Ibérica en Urbión hasta la desembocadura en Oporto todo un mosaico de paisajes se entreteje en un recorrido singular, que ha atraído la atención desde todas las perspectivas culturales y científicas. No entraré a detallar lo que ese curso representa. Me limitaré simplemente a dejar constancia de la calidad y expresividad de las imágenes que Pedro ha construido con paciencia y cuidadísima atención para transmitir el sinfín de matices, de formas y colores asociados a los lugares emblemáticos por los que el río atraviesa.



Zamora. "No quiere ver en tu espejo su muralla desdentada..." (G. Diego)

Desembocadura en Porto (Portugal)

Ha elegido, ante todo, la estación que mejor escenifica la belleza de ese espacio. Ninguna como el otoño para significarlo en toda su espectacularidad y cromatismo. Arboledas, puentes, edificios, relieves… todo confluye para hacer de esa colección de cuadros un muestrario representativo de algunos de los mejores paisajes con que cuentan estas tierras del interior de España. Al verlos, acuden a la memoria los nombres de Antonio Machado, Claudio Rodríguez, Gerardo Diego…. los grandes cantores del Duero, cuyos poemas hubieran creado un excelente entorno en las intervenciones que celebraron la inauguración, tan gratos sin duda como los acordes de los violines que, magníficamente interpretados por amigos de nuestro admirable Javier Sanz, crearon una atmósfera espléndida trayendo a escena a algunos de los mejores compositores del Barroco. La verdad es que verla, como a mi me ocurrió nada más llegar, mientras sonaba la Water Music de G.F. Haendel es una experiencia como para no olvidar.


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