No es difícil imaginar el nivel de hartazgo y de decepción que se apodera de los ciudadanos cuando observan que ni una brizna de autocrítica y arrepentimiento brota de las palabras que enfáticamente pronuncian quienes, ostentando o habiendo ostentado responsabilidades públicas, se ven enfrentados a la acción de la justicia u ofenden a la sociedad con su comportamiento, una vez se descubre y se pone en evidencia, revelando así el verdadero jaez de quien lo comete. Excepcionales son, si es que los hay, los que adoptan una postura de reconocimiento de su responsabilidad, admitiendo los errores cometidos y poniendo a la luz su capacidad para reconocerlos y corregirlos. La ausencia de pudor adquiere niveles insultantes cuando los que se ven obligados a dar la cara han asumido tareas y funciones que culminan en el fracaso, en el escándalo y en situaciones de grave perjuicio - social, económico y político - para quienes se ven afectados por sus decisiones y que representan amplios sectores de la sociedad.
Si éste es un hábito generalizado en personajes impresentables de
la clase política, la desfachatez roza
la indignación en el caso de la sarta de individuos vinculados a la gestión financiera
y que han demostrado ser, a la postre, el paradigma más representativo de la
ineptitud y de la indecencia, como bien tenemos la ocasión de comprobar día a día. Cuando comparecen ante el Parlamento dan la
impresión de que deliberadamente se mofan de él, eluden las preguntas,
escamotean las declaraciones, tergiversan impúdicamente los hechos con la sola
pretensión de salvar la cara y echar la culpa a los demás que pasaban por allí.
Uno a uno, una tras otra, risueños en ocasiones, desafiantes siempre y evasivos con lo que sucede a su alrededor, hemos visto desfilar en las ventanas mediáticas a la
patulea de la desvergüenza político-financiera, muchas veces amparada por los que les secundan
desde las esferas del poder y tratan de salvaguardar una imagen que no cesa de
deteriorarse, entre otras razones porque así también se amparan a sí mismos.
Lo terrible es que con esta actitud, los principios éticos que
han de guiar la decisión pública quedan arrumbados al terreno de los desperdicios,
con todos los costos que ello trae consigo desde la perspectiva de la defensa de la moralidad ciudadana y del propio
fortalecimiento de la cultura democrática que queda así seriamente lesionada.
¡Cuánto han cambiado las cosas! En los años de la dictadura y en los primeros
de la transición era frecuente oir hablar del concepto de autocrítica como una de las pautas de comportamiento en la que apoyar la superación de las
propias debilidades y de los errores cometidos; era una via asumida, ante el convencimiento de que permitía
avanzar sobre la base de la sinceridad y la transparencia aplicadas a lo que
cada cual hacía con el fin de hacerlo mejor. Recuerdo reflexiones muy acertadas
en este sentido en las páginas de Cuadernos para el Diálogo, cuyo recuerdo
cobra fuerza como testimonio de una de las iniciativas más encomiables de
Gregorio Peces-Barba, cuya muerte he lamentado muchísimo.
Sin embargo, ya no se
habla de autocrítica, de asunción de responsabilidades, de franqueza ante la
sociedad. Falta dignidad y sobra soberbia. Priman, en cambio, el engaño, la arrogancia, la chulería del mediocre, la vanidad
del caradura, el insulto de los mezquinos que nada valen por sí mismos. La repercusión no puede ser otra que el
desapego hacia quienes ejercen el poder, la desconfianza en el ejercicio de la
política, todo ello adobado por esa sensación de rabia e impotencia que lleva a
pensar que existen distintas varas de medir y que, en definitiva, el
incumplimiento de las responsabilidades o el delito a la hora de ejercerlas no
lleva al castigo sino a la más indecente y socialmente inasumible impunidad.
Excelente análisis. De acuerdo en todo lo que dices.
ResponderEliminarPor cierto, ¿sabes que sale un anuncio hablado en tu post? He quitado el sonido. Besotes, M.
Gracias, Merche, por tus palabras y tu aviso. Siempre tan pertinentes como bien recibidas. Un abrazo
ResponderEliminarDE acuerdo al 120%, Fernando.
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