12 de febrero de 2013

Palabras evasivas ante tragedias insoslayables: sólo la defensa explícita de los derechos humanos acredita una postura digna. El viaje del señor Muñoz Molina a Jerusalén


Cuando ante un escenario de tragedia, dolor y sufrimiento la persona homenajeada que, al acudir a él, lo tiene ante la vista se limita a pronunciar un discurso genérico, repleto de palabras grandilocuentes y biensonantes, corre el riesgo de que sus frases sean banales e irrelevantes. Las reflexiones en voz alta o por escrito se desvanecen como el viento si no se las aporta la concreción y contundencia que la situación requiere. He leído las referencias que en la prensa se han hecho sobre las ideas vertidas por Don Antonio Muñoz Molina en la recepción del Premio Jerusalén de Literatura, recibido hace unos días coincidiendo con la Feria Literaria que se celebra en la ciudad asiática donde coexisten las tres culturas monoteístas. Son palabras bellas, que hablan de los riesgos de la intolerancia y el barbarismo, de ausencia de certezas, de prejuicios y ansiedades, de la lucha contra los clichés y los estereotipos (?), de los matices que la realidad, siempre compleja y controvertida, ofrece. No cabe duda de que, conociendo buena parte de la obra del autor, la brillantez formal de la exposición ha estado garantizada. Su exquisito y cuidado dominio del idioma lo permiten. 

Sin embargo, soy de la opinión de que las reflexiones sobre los grandes conceptos - tolerancia, solidaridad, sensibilidad, etc., etc. - sirven para salir bien del paso pero, a la hora de la verdad, cuando se trata de poner en evidencia la consistencia del compromiso ético y político de quien las proclama, quedan relegadas al terreno de lo vacuo ante la fortaleza de la noción que considero central en todo discurso defensor de causas justas. Me refiero, sin más circunloquios, al apoyo inequívoco y explícito de la noción de "Derechos Humanos", noción integradora por excelencia y en la que se compendia todo cuanto tiene que ver con la dignidad humana, y que no permite situarse ya "au dessus de la mêlée". Brilló, no obstante, por su ausencia en el discurso comentado, por más que bastara sencillamente con pronunciarla y hacerse eco de ella para que toda la fraseología de los buenos propósitos quedara arrumbada por la solidez de una idea - la defensa sin matices de los derechos del ser humano, y de la legalidad internacional, allí donde son transgredidos y violentados- que trasciende a la par que cohesiona a todas las demás.


Nunca fui de la opinión de que el Sr. Muñoz Molina hubiera debido rechazar el Premio que se le ha otorgado en Israel; y así lo hice constar hace días en este blog. Se lo otorgaba el Gremio de Libreros en el contexto de una Feria Literaria, y es muy posible que el autor de Úbeda tenga merecimientos sobrados para ello. Pero sí afirmé entonces, y lo reitero ahora - cuando ese escritor ya lo ha recogido y ha expresado sus ideas ante la presencia de los dirigentes complacidos de aquel país - que su imagen hubiera cobrado mayor entidad como expresión de un compromiso intelectual explícito a favor de los débiles y perseguidos a los que dedica su novela Sefarad (obra justificativa del evento), al haber dado prueba de una sensibilidad sin ambigüedades por la terrible tragedia que sufre el pueblo palestino, y cuya alusión no puede quedar desleída en la nube vaporosa de las palabras bienintencionadas. Así lo hizo Ian Mc Ewan cuando recibió el mismo premio en la convocatoria anterior (2011) y la misma postura de denuncia adoptó Arthur Miller, de origen judío, cuando fue agasajado con dicho galardón en 2003. Claros precedentes de una posición de dignidad y coherencia ante una tragedia que no cesa de agravarse, uno y otro mostraron que acudir a la Ciudad milenaria para recibirlo galardón no es en modo alguno incompatible con la denuncia, sin edulcoraciones ni grandilocuencias, de las políticas que en varias ocasiones han concitado el repudio de la comunidad internacional, como lo refleja el reciente informe de Naciones Unidas sobre la ilegalidad de los asentamientos construidos sobre territorio ocupado con flagrante violación de la Convención de Ginebra. 


Días después de escribir esta entrada, leo en Babelia (16.2.13), como suelo hacer habitualmente, el texto que Antonio Muñoz Molina publica en la tercera página. Caras de viaje: así lo titula.  Lo sigo con interés, me gusta lo que dice y cómo lo dice, deteniéndose en pequeños detalles, que revelan su curiosidad por el entorno que le acoge durante su visita a Jerusalén. Desmenuza la experiencia hasta la meticulosidad. Pero, al llegar al final de la columna, lo que leo no deja de sorprenderme. Escribe textualmente:" Hubiera querido tener tiempo para ir con Bárbara  esa escuela en la que se educan niños judíos y palestinos o para acompañarla a ella o a alguno de los periodistas o los diplomáticos que se ofrecieron a guiarme por los territorios ocupados". Pero no tuvo tiempo, por lo que el ofrecimiento lo fue en vano. Lástima de ocasión desaprovechada, de oportunidad fallida, de ocasión perdida, pese a que tantos se la brindaron, para captar esa realidad sin cuya percepción es imposible entender lo que ocurre en esa tierra tan perturbada. Llama la atención que tuviera tiempo para detenerse con sumo detalle en experiencias interesantes, pero dejara otras al margen, no menos interesantes también, simplemente porque no tuvo tiempo. Vana excusa, en mi opinión. El tiempo es un bien escaso pero esencial y disponible cuando uno tiene ante sí la oportunidad de conocer en directo lo que ofrece el espacio que tanto da que hablar y ante el que ningún intelectual digno de tal nombre puede permanecer indiferente. A no ser que se sienta más deleitado ante la vista de la "resonancia cóncava de las gotas de agua", tal y como señala al concluir ese escritor, a lo Proust, el artículo de marras.  

6 comentarios:

  1. Una sola palabra, libertad, por ejemplo, puede dar origen a una revolución si las personas que acabarán por provocarla se sienten concernidas por ella. Pero las palabras han dejado de tener valor porque se han utilizado y se utilizan para esconder la ignominia de la injusticia. No tiene sentido hablar de derechos humanos tras el muro de Gaza si no es para derribarlo. Ése es el problema de Muñoz Molina. Lo digo de otra manera, con un ejemplo: ¿de qué sirve hablar de libertad si aceptamos como liberal a Esperanza Aguirre, fiel defensora del franquismo? O nos comprometen las palabras o es preferible estar callado. Quien no se compromete con las palabras es cómplice de la ignominia en el mundo, por más que se le busquen justificaciones tras el buenismo.

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    1. Totalmente de acuerdo, Juan. Si las palabras no marcan un compromiso sincero y coherente con lo que significan, las palabras son banales, se diluyen en el viento y solo sirven para satisfacer el ego estético de quien las pronuncia o escribe. Gracias.

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  2. Hola, vengo a saludarte a través de facebook, y me ha impresionado esa maravillosa foto del Pisuerga que tienes de cabecera. Soy de Valladolid, aunque haca años que no vivo allí, pero sigo visitándola a a menudo.

    Tienes un blog muy interesante, y en esto que tratas en la entrada, estoy muy de acuerdo contigo, las personas públicas, conocidas por su trabajo, no pueden ser tan ambiguas. Y más en él, yo le creía más valiente.

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    1. Te agradezco la visita, estimada vallisoletana. Y también el comentario, que precisa y concreta la visión que he querido dar en esta entrada. Me agradaría poder saludarte en Valladolid. Un saludo

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  3. No estoy seguro que el compromiso y respeto a los derechos humanos debiera haber llevado a Muñoz Molina o cualquier otro a ponerse del lado palestino, bajo el supuesto de que son los "débiles" y los "oprimidos". En mi ignorancia, me inclino a pensar -dejándome llevar por la intuición, ciertamente- que ambas partes tienen su segmento de responsabilidad y culpa. Salud(os).

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    1. Cuando los judíos sufrieron, el mundo civilizado se unió a ellos, abominó del Holocausto y quienes podían hacerlo acudían a Auschwitz o a Treblinka para mostrarles su solidaridad. Yo lo he hecho. Sin embargo, resulta dificil cuestionar hoy, amigo Jaramos, quién es el débil, el expoliado, el maltratado, el humillado en Palestina. Decenas de resoluciones de Naciones Unidas lo avalan, y testimonios incontables dan buena cuenta de los estragos de todo tipo que la política del régimen de Israel provoca sobre esa Comunidad. Basta echar un vistazo al mapa de la zona y analizar la experiencia de la vida cotidiana para darse cuenta de lo que es hoy un clamor universal. En la prisión al aire libre de Gaza y en el territorio usurpado y robado de Cisjordania. De todos modos, incluso desde la equidistancia con que Muñoz contempla el problema, aunque me temo que su sesgo está más bien decantado hacia los que le agasajan,no hubiera estado de más invocar la noción de Derechos Humanos en una zona donde tanto son transgredidos. Al no hacerlo, sus palabras inocuas son meras odas al viento, que todo lo arrastra. Muy cordialmente

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