10 de agosto de 2020

¿De qué república estamos hablando?

 Como estamos en un foro de libertad, aborrezco las ambigüedades y equidistancias, rechazo las consideraciones simplemente basadas en el presentismo, y una buena amiga me ha pedido una opinión clara sobre el tema que nos ocupa, diré lo siguiente, aun a riesgo de debilitar (espero que sin llegar a perder) amistades que valoro por encima de las discrepancias. Es mi opinión.

Observo, con una mezcla de asombro y prevención, cómo la ofensiva, verbal por ahora, de quienes cuestionan el modelo organizativo del Estado nacido de la Constitución de 1978, se apoya fundamentalmente en opciones cuyo objetivo declarado consiste en poner en entredicho la existencia misma del Estado, aprovechando cualquier motivo o pretexto, pues siempre lo han hecho, para justificar su revisión total sin plantear con la claridad necesaria la alternativa que preconizan. Son sin duda grupos legales y legítimos, pero los fundamentos y las estrategias sobre las que se sustentan entran en flagrante contradicción con la estructura misma del Estado que constitucionalmente los alberga y ampara. Y, sobre todo, nos sitúan ante un escenario de tanta incertidumbre como confusión. Cuidado.
Defensoras en unos casos de la independencia de los territorios en los que tienen cierto arraigo electoral, constituyen, y así lo han demostrado en el tiempo, la expresión comprobada de identidades cerradas, excluyentes, de fundamentación mendaz, que incluso llegan a rozar la xenofobia, cuando no respaldan (apreteu, apreteu, dijo uno de cuyo nombre no quiero acordarme, el mismo que habló de "bestias con forma humana", en referencia a los españoles que no son como él) sabotajes y manifestaciones de carácter violento, de los que hay patentes testimonios. Hay otros que plantean su horizonte propositivo a través de lo que definen como una República plurinacional, a sabiendas, porque lo saben, de que se trata de una postura anacrónica, profundamente reaccionaria e históricamente fracasada por más que traten de edulcorarla con el epíteto de "solidaria". Ignoro el alcance efectivo y conveniente de tales posiciones, pues en ellas se confunden alternativas que contradicen los principios de integración, soberanía compartida y equidad. Tratándose de una regresión en toda regla, no hay que olvidar que la literatura sobre los nacionalismos y las repúblicas plurinacionales lo demuestra ad nauseam.
Qué quieren que les diga. No cuestionaré que la Monarquía como institución nos retrotrae, en principio, a un concepto del pasado, como del pasado y anacrónicos son los fueros y privilegios que algunos territorios esgrimen como fundamento de su singularidad, pero, cuando uno observa el panorama que brindan las opiniones y el modo de actuar de sus más furibundos detractores y a la vez el balance ofrecido en Europa por las monarquías parlamentarias, situadas, según todos los indicadores al uso, entre las democracias más avanzadas del mundo, uno, pese a su edad y consciente de las lecciones extraídas de la experiencia vivida, cada vez lo tiene tan claro como el agua que fluye del árbol del avellano. Tan claro como el convencimiento de que el Estado de Derecho y la acción de la Justicia deben prevalecer sin reconocimiento de privilegio alguno.

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