27 de agosto de 2020

La Historia como enseñanza permanente

 La Historia es la herramienta intelectual que ayuda a las sociedades a tomar conciencia de las luces y las sombras que configuran su pasado. Es un saber esencial del que nunca debemos prescindir. Profundizar en lo sucedido desde la perspectiva temporal no sólo es conveniente sino también una necesidad. Los pueblos que olvidan su historia corren el riesgo de volver a repetirla, se ha dicho y con razón.

Sobre esta base, desearía plantear una cuestión: que levante la mano, ya sea República o Monarquía, el país del mundo que no tenga que asumir con sensación de vergüenza e indignación muchos de los hechos acaecidos en su territorio a lo largo del tiempo. Son a mansalva, individuales y colectivos, de gobernantes y del pueblo llano. ¿Que no hay ninguno con la mano en alza? ¿En ninguna parte? Me lo temía. No es cuestión de que los tontos nos consolemos con el mal de muchos, sino de que, tontos o listos, nos sintamos partícipes de una realidad que resulta tan generalizada como incuestionable.

Por eso me resisto al regodeo que significa la redundancia obsesiva sobre las maldades o perversiones de tal o cual dinastía aprovechando que el tema está de moda y de que el Arlanzón pasa por Burgos. Desde tiempo inmemorial me conozco al dedillo esas maldades y quienes las protagonizaron. Además de condenables, son archisabidas y más manidas que el picaporte de la iglesia de San Cebrián de Mazote. No las olvido pero ya no forman parte de la vida porque está todo dicho, escrito y subrayado. Están en la Historia, de la que nunca saldrán.

De ahí que, a estas alturas de la vida, con las preocupaciones que nos atenazan en el horizonte, mientras veo el discurrir de la vida alrededor y afanado en la salud y en la felicidad de mi familia, lo único que me interesa de la Historia de España, entendida como soporte de su futuro, es la consideración y el respeto por las instituciones nacidas con la Constitución ratificada por los españoles el 6 de diciembre de 1978, incluida lógicamente la Jefatura del Estado de acuerdo con el modelo constitucionalmente reconocido como Monarquía Parlamentaria, prevalente - conviene recordarlo - sobre las personas que la hayan ostentado u ostentan. Y, como valoro y respeto las instituciones, y sin perder un ápice de visión crítica, también confío en el Estado de Derecho que asegure, para todos sin excepción, el cumplimiento de las leyes. Lo demás es irrelevante.


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