Todo vale con tal de promocionar el producto que se desea. Da igual lo que contenga, la cuestión está en lograr que el continente merezca la atención de quien se interese por el servicio ofrecido. Se ha dicho que la publicidad es un arte: un arte en el que se concilian la imaginación, la perspicacia, la sutileza y, lo que tampoco es infrecuente, el atrevimiento. ¿Alguien puede cuestionar que en estos tiempos de competencias aceradas y de búsqueda afanosa de la clientela las restricciones a la prudencia sean suplidas por alardes de creatividad que no escatiman ideas que permitan ir más allá de lo que se pretende?.
La ventaja es que tales osadías están al alcance de cualquiera. No es siempre un problema de dinero el que condiciona el lanzamiento de la imagen asociada a un nombre de notoriedad reconocida, que en sí mismo identifica la calidad sin entrar en más detalles.
Lo importante es que, incluso con precariedad de medios, con modestia y unas notas de cuidado en el diseño de la cosa, se puede llamar la atención simplemente por el hecho de que, como sucede en este atrevido centro de enseñanza de Vitigudino (Salamanca), no existe cortapisa alguna que impida suscitar la mirada y quedar, siquiera sea fugazmente, en la memoria del paseante que se detiene en su deambular cansino mientras descubre esta afamada villa del Campo Charro, de acreditado prestigio como espacio de ganadería de lidia.
Pero, ay, el paso del tiempo no perdona si no se evita su efecto implacable. Al final comprobamos que no basta con la idea feliz ni con la rotulación cuidada. La pátina del deterioro hace mella sobre la idea y, como ocurre con casi todo, el transcurso de las horas, de los días y los años acaba colocando a cuanto se emprende en el lugar que le corresponde. ¿No les parece?.
La ventaja es que tales osadías están al alcance de cualquiera. No es siempre un problema de dinero el que condiciona el lanzamiento de la imagen asociada a un nombre de notoriedad reconocida, que en sí mismo identifica la calidad sin entrar en más detalles.
Lo importante es que, incluso con precariedad de medios, con modestia y unas notas de cuidado en el diseño de la cosa, se puede llamar la atención simplemente por el hecho de que, como sucede en este atrevido centro de enseñanza de Vitigudino (Salamanca), no existe cortapisa alguna que impida suscitar la mirada y quedar, siquiera sea fugazmente, en la memoria del paseante que se detiene en su deambular cansino mientras descubre esta afamada villa del Campo Charro, de acreditado prestigio como espacio de ganadería de lidia.
Pero, ay, el paso del tiempo no perdona si no se evita su efecto implacable. Al final comprobamos que no basta con la idea feliz ni con la rotulación cuidada. La pátina del deterioro hace mella sobre la idea y, como ocurre con casi todo, el transcurso de las horas, de los días y los años acaba colocando a cuanto se emprende en el lugar que le corresponde. ¿No les parece?.
Totalmente de acuerdo, Fernando. Qué importante es cuidar el mensaje publicitario para que continúe dando frutos.
ResponderEliminarUn cariñoso abrazo y feliz domingo,
Fernando la publicidad nos invade con modelos preciosos/as, deportistas famosos.
ResponderEliminarLa fotografía de esa academia de nombre rinbombante y a la vez una humilde casita.
Me recuerda a los publicistas que pegan en las farolas o en el tablón de anuncios de cualquier ambulatorio, simplemente un papel con lo que se ofrece, compartir piso, realizar trabajos del hogar, trocitos de papel cortados como flecos al viento con el número de teléfono, discreto pero por lo que veo eficaz.
Fernado dices bien los mensajes hay que mantenerlos y mantenerlos bien, pero a ti ese mensaje te ha servido para fijarte y hacer este magnifico post muy acertado.
Un besico.
Fernando ( la academia si que es rinbombante)
ResponderEliminarPerdona : Rimbombante.
Prometo, escribirlo por lo menos diez veces como en el cole.
Un abrazo.
Ya lo creo que si.
ResponderEliminarMe ha gustado este post, Fernando; me ha recordado una oda a lo efimero; a lo que pronto pasa, y si bien deja su momentanea huella, no aguanta el paso del tiempo.
Que bonito.
Un abrazo, amigo.
No sé por qué pero esta foto tan maja que nos comentas me hace recordar esto:
ResponderEliminar«Una generación va, otra generación viene, pero la tierra para siempre permanece. Sale el sol y el sol se pone; corre hacia su lugar y allí vuelve a salir. Sopla hacia el sur el viento y gira hacia el norte; gira que te gira sigue el viento y vuelve el viento a girar. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir. Todas las cosas dan fastidio. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver, ni el oído de oír. Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará: nada nuevo hay bajo el sol. Si algo hay de que se diga: “Mira, eso sí que es nuevo”, aun eso ya era en los siglos que nos precedieron. No hay recuerdo de los antiguos, como tampoco de los venideros quedará memoria en los que después vendrán.»Y también una fachada cuya imagen me acompaña desde la niñez: la de “El sindicato” de mi pueblo, lugar donde los castromochinos tenían sus deleites con bailoteos los domingos después del julepe, el subastao o el mus a nuestro estilo. Era sonoro el nombre, y de empaque el edificio.
Han cambiado muchas cosas en mi pueblo, pero ahí sigue, contra viento y marea, El Sindicato.
Eres un maestro en lo que hacer grandes las cosas pequeñas. Incluso me recuerdas a Guareschi.
Saludos cordiales.
Tú caíste, y como tú otros muchos paseantes verán el cartel y... alguno habrá que entre aunque sólo sea por cotillear cómo es el interior, si moderno como lo que pretende anunciar que se imparte, o tan raído como su letrero sobre la también raída puerta... ( no me digas que no lo hiciste)
ResponderEliminarImagina ese edificio, con un Neón parpadeante... ¡demencial!
Besos
En su dia, seguro que fué un gran reclamo, hoy el tiempo "reclama" un nuevo letrero, de colores a ser posible, y una fachada de aluminio y cristal. Un beso
ResponderEliminar¡Tiene encanto el cartelito¡ en mi ciudad paso a menudo por una antigua casa que era lecheria, toda la fachada es de azulejo con escenas que recuerdan lo que se hacia en las vaquerias...pensando se me achica el corazón si un dia paso y no está...
ResponderEliminarsaludos
La publicidad tiene que ser así: insistente, osada, reiterativa, inmune al desaliento o, incluso, al ridículo. Pero no sólo la publicidad de productos o de instituciones. También la que se hacen las personas a sí mismas.
ResponderEliminarSi tú le dices a todo el mundo que eres el mejor profesional de la ciudad, si no te cortas cuando la gente se ríe o te critica, acabarán creyéndoselo una mayoría de personas.
¿Quién le va a poner peros a un chaval que va a pedir trabajo y dice que ha estudiado en Cambridge?
Imágen ingenia y apreciada.
ResponderEliminarEl modernismo ha creado un monstruo que se llama publicidad donde el ser humano pasa a ser una cifra que hay que convencer ,sin importar las consecuencias.
Saludos
Efectivamente, el implacable tiempo es dueño y señor de la verdad, por más que nosotros intentemos camuflarla.
ResponderEliminarLa manipulación mediática es uno de los peores males de nuestro tiempo; ¡cuánto daño está haciendo en las mentes aún vírgenes... y en las que no lo son tanto!
Un abrazo con cariño.
Bueno, bueno, bueno, y es que cuando luces pretensiones, tienes que mantener una imagen acorde a las mismas, ¿no?.
ResponderEliminarBesos
Y a buen seguro que en sus tiempos esta Academia era el no va más... Pero perdura... testimonio de otros tiempos, de querer estar "in" entonces... Ingenuo... y "kitsh" ahora...
ResponderEliminarLo has captado muy bien y expresado mejor...
Un beso, Fernando.
Me pregunto cómo se mantendrá la academia de al lado. La de Oxford me refiero... ;)
ResponderEliminarUn abrazo
hola escritor,poeta y amigo!muy original este post...
ResponderEliminares bueno resaltar lo que se ofrece pero también mantenerlo...
besotes!!!
silvia cloud
A mí me hacía mucha gracia en Tetuán que los cafés más cutres y "morunos" se llamaran "Kansas", "Denver" y cosas parecidas. Es aplicar a lo nuestro, que consideramos sin valor y sin prestigio, la excelencia de nombres ya tópicos por su bondad o excepcionalidad en su campo. No se les ocurrió llamar a la academia Fray LUis o Nebrija u otros nombres de próceres culturales españoles, sino Cambridge, el nombre de una universidad extranjera prestigiosa, y eso, ¡en Salamanca! Tiene gracia. La casa donde está la academia, es bien bonica.
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