18 de enero de 2013

Un mérito cuestionable: el mito de la competitividad (a costa del trabajo)


Han comenzado a sonar en la prensa progubernamental y en los foros socialmente insensibles de nuestro país los timbales de la euforia, enardecidos por las observaciones de The Washington Post. El tema se las trae y merece ser comentado. El periódico vinculado al ideario del Banco Mundial y del FMI se deshace en loas hacia España mientras echa pestes contra Francia, marcando así una especie de antinomia entre dos modelos diferentes, de los que el primero debe ser - a juicio de ese medio - respaldado por su modernidad frente al anacronismo del segundo. ¿Cual es el criterio esgrimido para establecer tal diferencia? No hay otro que el de la "competitividad", la palabra sacrosanta de la escolástica neoliberal. Un concepto entendido estrictamente como "competitividad del mercado de trabajo", es decir, asociado al despido libre, a la reducción de los salarios y al aumento de la productividad de la mano de obra, con el consiguiente el coste social y el agravamiento del paro que ello implica, como expresivamente se pone de manifiesto en la tendencia observada, sobre todo desde 2008 hasta rozar los 6 millones de desempleados a finales de 2012. 






En ningún momento TWP alude a la magnitud de este problema, que no cesa de agravarse, limitándose a subrayar únicamente los efectos beneficiosos que las medidas destructoras del trabajo y la homologación progresiva con los parámetros y modelos vigentes en Asia, donde la mano de obra se devalúa sin cesar, traen consigo para las empresas que se benefician de ello. Da igual que el diferencial de la tasa de paro con Francia sea de casi 15 puntos. De lo que se trata es de poner en entredicho la tendencia del único país de la eurozona que aboga por la adopción de medidas más equitativas y fiscalmente justas, cosa que al diario norteamericano le resulta inasumible. En fin, puesto el objetivo en la demolición del modelo de justicia social vigente en Europa tras la SGM, el contrapunto establecido entre España y Francia ejemplifica el sesgo que el capitalismo global introduce entre los adictos a su paradigma y los que resisten a asumirlo ciegamente, convencidos de que la noción de competitividad apoyada en la degradación del trabajo no es sino un reflejo del impacto que provoca esa "peligrosa obsesión" como acertadamente la calificaba ya en 1994 Paul Krugman en Foreing Affairs

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