La normalidad ha vuelto a la Avenida Pennsylvania, en Washington. Arteria de enlace entre la Casa Blanca y el Capitolio, e impresionante perspectiva ante la que el paseante se siente empequeñecido, los presidentes electos de Estados Unidos la recorren solemnemente el día en
que toman posesión de sus mandatos. Muchos aspectos pueden, y deben, criticarse
de ese país, ya que la historia contemporánea está marcada por sucesos en los
que su protagonismo merece la repulsa y la denuncia, aunque tampoco están
ausentes los momentos y los hechos en los que suscita reconocimiento. En
cualquier caso, no ha lugar a la indiferencia cuando uno se sitúa ante una
realidad - la norteamericana - que influye decisivamente en los acontecimientos
más importantes de nuestra época. Sin ella no es posible entender la
configuración del mundo contemporáneo.
Se inicia el segundo mandato de Barack Obama y las expectativas no son tan alentadoras como las que animaron su primera elección, matizadas las esperanzas de otro tiempo y con la mirada puesta en la resolución de los desafíos internos a los que se enfrenta el país; entre ellos, la aplicación en firme de los cambios introducidos en la sanidad o el cumplimiento de los objetivos de progresividad tributaria, factibles en ambos casos teniendo en cuenta la situación de desconcierto en la que se encuentra el partido republicano.
Se inicia el segundo mandato de Barack Obama y las expectativas no son tan alentadoras como las que animaron su primera elección, matizadas las esperanzas de otro tiempo y con la mirada puesta en la resolución de los desafíos internos a los que se enfrenta el país; entre ellos, la aplicación en firme de los cambios introducidos en la sanidad o el cumplimiento de los objetivos de progresividad tributaria, factibles en ambos casos teniendo en cuenta la situación de desconcierto en la que se encuentra el partido republicano.
Sin embargo, late en las sombras de la incertidumbre el futuro que
espera a uno de los problemas irresueltos de nuestro tiempo y que
particularmente nos resulta a muchos muy sensible: la resolución de la tragedia
palestina. Cuando fue elegido por primera vez, Obama pronunció en El Cairo un
discurso rotundo y crucial en este aspecto. En esta ocasión, nada ha dicho,
pese a que en su segundo mandato, y con los republicanos en zozobra, la
oportunidad no debiera ser desaprovechada. En fin, y a la espera de lo que
ocurra en un momento decisivo ¿cómo estará el mundo cuando la Pennsylvania
Avenue vuelva a ser recorrida de nuevo en medio de la espectacular parafernalia
que la rodea cuando los Presidentes acuden al Capitol para asumir la enorme
responsabilidad que contraen? De lo que no cabe duda, es que la embajada de
Canadá, a la izquierda, permanecerá vigilante y tan sumisa como lo ha estado
siempre.
Oportuna e inteligente reflexión, amigo Fernando. Se me ocurre preguntar: ¿ha justificado Obama en algún porcentaje, siquiera sea bajo, la concesión y aceptación del Nobel? Salud(os).
ResponderEliminarDe aquello, mi buen amigo, nunca más se supo. Un tupido y denso velo de silencio ha ocultado lo que no se quiere ver, es decir, la ausencia de objetividad de una decisión infundada. Gracias por tu presencia.
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