Cuando la memoria de lo sucedido se pierde o se desvanece las lecciones extraídas de la experiencia que aquella aporta corren el riesgo de quedar desvirtuadas. Si ninguna sociedad debe hacer caso omiso de su pasado, la española tiene la obligación de permanecer alerta a las referencias históricas que
la recuerden lo que ha sido, cómo lo ha sido y de qué manera ha afrontado en
cada momento los retos que se la han presentado y que curiosamente siguen
siendo los mismos de hace mucho tiempo, por más que las transformaciones
vividas pudieran dar da la impresión de que el país se ha liberado, al fin, de
las servidumbres que han condicionado su desarrollo y las posibilidades de su
capacidad integradora. Por lo que se ve no ha sido así por completo en un aspecto esencial
de la dinámica social y económica. Refractario, al menos un sector de nuestra sociedad, a la inmigración que llegaba a
nuestras costas y aeropuertos, cuando en los años de bonanza económica nuestro país parecía una tierra de promisión, los españoles vuelven a emigrar, y de forma significativa, a los países que
tradicionalmente los acogieron. Hacia Europa Occidental, hacia Latinoamérica, excepcionalmente a Asia.
Lo observado actualmente reaviva en el recuerdo el exilio
que tuvo lugar con destino a México, evocando, ya en un contexto histórico muy
distinto, el protagonizado por los republicanos que huían de la "larga
noche de piedra" que, como la definió el gran Ramón Castelao, se cernía sobre España. "Quien no conoce México
no conoce bien España", dice Jordi Soler, el autor de este espléndido artículo sobre La desmemoria, cuya
lectura recomiendo. Nos advierte de algo que no podemos olvidar: somos
tributarios de nuestro pasado y, coherentes con él, pues muchas de sus
deficiencias no han sido corregidas, nos vemos obligados a volver la vista atrás
para conectarla con lo que hoy sucede y darnos cuenta de que la emigración, la
salida al exterior, en búsqueda de un futuro mejor siga marcando con letras
indelebles la realidad de nuestra sociedad. En nuestros días, de lo mejor de
nuestra sociedad, que son los jóvenes, esos ciudadanos que en la flor de la vida se ven obligados a cruzar las fronteras, y no por espíritu aventurero (como estúpidamente alguien del Ministerio de Empleo ha afirmado), sino por la simple y fundamentada razón de que sus horizontes en España se encuentran sumidos en la niebla.
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