Nada impide el clamor de la calle en un día de
lluvia. Al atardecer el paisaje urbano del centro de la ciudad se transforma al
compás de la riada humana que enarbola el Verde con el que quiere simbolizar el
valor de la educación que integra, une y cohesiona. Diríase que el agua de mayo, lejos de ser
inoportuna, vivifica el ambiente y le aporta esa sensación de viveza, rabia y
energía que acentúa la resonancia de las palabras reivindicativas en defensa de
un modelo educativo que se aviene mal con los postulados y fines de una ley
sectaria que discrimina, segrega y deteriora aún más la concepción y
el funcionamiento de uno de los servicios esenciales sobre los que descansa la
dignidad del ser humano. Un servicio cuyo desarrollo debiera ir unido a los compromisos inherentes a un pacto educativo, que lograse la necesaria articulación de fuerzas y estrategias capaces de superar los problemas y disfunciones de que adolece la educación en España, y que la crisis ha puesto en evidencia con tintes aún más dramáticos.
En ese espacio de encuentro, protesta y llamamiento a la sensibilidad, a la equidad, a la calidad y a la dotación adecuada frente al privilegio, el sectarismo y los riesgos de exclusión, los colores abigarrados de la manifestación, con su cortejo de paraguas abiertos y de impermeables al viento, tienden a difuminarse mientras profesores, padres, niños, ciudadanos en fin, adquieren el convencimiento de que ese momento y ese lugar les pertenece.
En ese espacio de encuentro, protesta y llamamiento a la sensibilidad, a la equidad, a la calidad y a la dotación adecuada frente al privilegio, el sectarismo y los riesgos de exclusión, los colores abigarrados de la manifestación, con su cortejo de paraguas abiertos y de impermeables al viento, tienden a difuminarse mientras profesores, padres, niños, ciudadanos en fin, adquieren el convencimiento de que ese momento y ese lugar les pertenece.
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