Que la Conferencia de Rectores de las
Universidades Españolas se movilice en torno a una reivindicación que asume de
forma unánime no es empresa fácil. Mucha trascendencia ha de tener la idea
motivadora para que las diferencias queden aparcadas en aras de la
contundencia de la actitud manifestada. Y, desde luego, trascendencia tiene
algo tan preocupante como la situación de asfixia, deterioro y marginación a
que se ve sometida la investigación científica en España. No es solo un
problema; es una tragedia, que amenaza con convertir al país en la tierra del
futuro banal, mediocre, sombrío, por más que luzca el sol y surjan en el
horizonte, tanto en el entorno de las grandes ciudades del interior como en la costa atiborrada, las construcciones dedicadas al juego, al ocio, a la gastronomía o a
la tauromaquia. Sus usuarios (habrá que ver con qué medios se lo permiten), se
moverán a sus anchas entre tanto cachondeo, mientras los científicos se
sumergen en sus espacios de precariedad y los jóvenes con talento parten
presurosos allende las fronteras donde encontrarán los únicos lugares en los que, huyendo del desguace, poder desplegar sus inquietudes y demostrar lo lejos que se sienten del país en
el que hubieran deseado aportar lo mucho de lo que son capaces y que ahora les
abandona a su suerte.
Cómo desearía no tratar este tipo de cuestiones.
Pero, cuando se observa la deriva a que está sometida España, en esa especie de
regreso al pasado y a lo retrógrado en el que el futuro no ofrece esperanzas
alentadoras, y cuando la juventud está sumida en la desesperanza cuesta mucho evadirse de panorama tan desolador. ¿Alguien
podría señalar una idea, un hecho, un aspecto, que en estos momentos merezca en
España una valoración positiva desde la perspectiva de la acción política?
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