Se atribuye a Maximilien de Robespierre, el líder revolucionario francés, la expresión de que “la vida sin pasión y aventura no merece la pena”. Puede que la frase sea acertada, si se entiende en el sentido de la defensa de aquello en lo que se cree y a lo que se aspira, en pos de un ideal o de un objetivo que moviliza una vida y justifica el empeño por sentirse personalmente complacido o por contribuir a una digna causa o a un mundo mejor. Sin embargo, yo no estoy tan de acuerdo en que el término deba ser utilizado como actitud proclive a la irracionalidad y, menos aún, como manipulación del concepto.
Y es que el abuso de la palabra conduce en ocasiones al ridículo. Conviene cuidar los mensajes, porque el fondo que encierran puede incurrir en el disparate. Y cuando se utiliza como slogan publicitario para apoyar una estrategia que busca el lucro fácil y juega con un tema particularmente sensible, entonces sólo cabe entender lo “pasional” como un intento de abuso artificioso y fraudulento de los sentimientos humanos. No hace mucho pasé por la ciudad de Ávila, proveniente de Toledo (excelente ruta hacia Castilla y León que evita el paso por Madrid y permite disfrutar de los paisajes de la espléndida sierra abulense) , y cuando menos me lo esperaba me encontré, al entrar en la ciudad donde reposa Don Claudio Sánchez-Albornoz, con el rótulo que motiva esta entrada, y que incluyo dentro de la sección "Mensajes en la Calle". Detuve el automóvil y saqué la foto, porque siempre voy con la cámara al hombro, consciente de que, cuando menos se espera, aparece la imagen que conviene retener, ya sea para lo bueno, para lo malo, para la alabanza o para la crítica. Cualquier cosa menos indiferencia ante algo que provoca la atención de la mirada.
Hablar de “pasión inmobiliaria” es simple y llanamente una vergüenza, cuando todos sabemos lo que ha ocurrido con el sector de la construcción en España y máxime si en la imaginería de la firma que utiliza este reclamo, y junto a una fotografia surrealista de los almendros en flor, aparece al tiempo una referencia a la juventud como cliente potencial, a ese sector de la sociedad al que le está casi vedado el acceso a una vivienda digna, por más que ese sea el objetivo vital para muchos ciudadanos que en la flor de la vida desean poner en práctica sus pasiones lógicas y justificadas viéndose liberados de la onerosa carga que les supone hacer frente a la adquisición de una vivienda, experiencia que tiene más de tormento que de pasión. Así nos ha ido con la fiebre especulativa inmobiliaria que ha invadido este pais como si de un desvarío se tratase y que nos ha dejado "hechos unos zorros".
Nefasta publicidad. Tienes razón. ¡Tienen un tupé! Besotes, M.
ResponderEliminarPues no sé si te acuerdas de un post mío sobre el reciclaje, donde la publicidad decía: Yo creo, sí creo (en el reciclaje). Es la perversión absoluto del lenguaje. Como cuando un banco se anuncia como solidario y cosas así. Esto tiene nuestro sistema, que absorbe todo, lo trivial y lo profundo, el pensamiento y el lenguaje.
ResponderEliminarA eso se llama denigrar la semántica de las palabras y hacer un uso inadecuado de las mismas.
ResponderEliminarEspero que la gente no sea incauta y sepa distinguir el significado que le atribuye Robespierre y el de la publicidad engañosa.
Un abrazo, Fernando
Totalmente de acuerdo. Un odioso abuso de la palabra que conduce en ocasiones, como muy bien dices, al ridículo; al más espantoso de los ridiculos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Jaja, pero en el fondo tiene su gracia. La culpa es de los publicistas y por supuesto de quien los contrata ;)
ResponderEliminarjaja en serio, a mí me hace gracia este sinsentido público y a lo grande.
Un abrazo