La vida está trenzada de experiencias múltiples, que se van anudando al cabo del tiempo hasta dejar un poso en la memoria y en la afectividad. Muchas son fortuitas, producto del azar, aparecidas de repente, quizá irrepetibles, fugaces tal vez. Pero cuando resultan gratificantes, su recuerdo perdura. Y no sólo por lo que pudieran tener de originalidad, sino porque revelan las ingentes posibilidades que encierran las relaciones humanas cuando se abren al descubrimiento de otras personas hasta entonces desconocidas, y que de repente, sin preverlo, la casualidad pone en nuestro camino.
Recientemente he tenido una experiencia de este tipo durante mi viaje a Suramérica. Fiel al consejo que recomendé en otro post anterior, aproveché de nuevo la oportunidad para cruzar la Cordillera de los Andes en autobús, con el fin de apreciar los paisajes de la alta montaña que en esta época del año se muestran espléndidamente cubiertos de impresionantes mantos de nieve y a la vez salpicados por un sinfín de cascadas y regatos que encauzan las aguas del deshielo provocado por los primeros calores de la primavera austral.
Tomé el autobús en la Terminal de Santiago de Chile, con dirección a Mendoza. El trayecto dura en principio seis horas y sólo cuesta 120 pesos argentinos, unos 25 euros. Por lo general, cuando hago este viaje elijo de antemano el asiento número 12 del piso superior. Está en la primera fila y constituye un observatorio excelente para ver, sin obstáculo alguno, el impresionante panorama que se abre a la vista del observador, permanentemente atraido por el paisaje, sus contrastes, sus colores, sus complejidades y bellezas.
Normalmente me gusta conversar en estos viajes porque siempre que lo he hecho descubro vivencias personales que a veces me resultan inconcebibles. Algún día daré cuenta de ellas. En esta ocasión, la casualidad hizo que se sentase a mi lado una mujer argentina joven, acompañada de una niña, de unos diez años, que hablaba perfectamente inglés. A medida que avanzaba la ruta me llamaron la atención las conversaciones entre ambas y el nivel de conocimientos que la mujer, agradable y solícita, demostraba hacia todo lo que la niña le preguntaba, con respuestas brillantes en las que el español se mezclaba con la lengua de mi admirado John Keats.
Como se trataba de cuestiones que tenían que ver con la naturaleza, quise terciar en los comentarios y de pronto descubrí la identidad de la pareja. Se trataba de una madre con su hija, que habían efectuado días antes el viaje de Mendoza a la capital chilena, con la intención de que la niña conociera ese país y se asomara a la inmensidad del Pacífico, para conocerle en este lugar del mundo, que también mira a Oceanía. La mujer, como he dicho, era mendocina, pero la niña no. Viven en Australia, concretamente en la isla de Tasmania, a donde aquélla había emigrado hacía casi veinte años y donde había organizado su vida y su actividad. Allí vivían su esposo y su otro hijo, con los que se volvería a encontrar de nuevo antes de fin de año, al regresar del viaje realizado a Argentina por razones personales, y porque además esta mujer no quería desprenderse de sus raíces.
Como nunca habia conocido a nadie que viviera en Tasmania y todo lo que hace referencia a los pueblos del mundo me interesa, la conversación derivó desde entonces a los temas que me permitieran conocer la vida en aquella isla remota y de paso descubrir las formas de vida y las costumbres de un mundo situado en los antípodas exactos de España. Recibí no una, sino varias lecciones magistrales, que de pronto pusieron ante mi una realidad tan curiosa como fascinante, adobada con comentarios sobre el desarrollo sostenible, sobre la crisis financiera, sobre el consumo energético, sobre el cambio climático, sobre la vida en las ciudades, sobre la inmigración…. y sobre lo que sucesivamente ambos divisábamos desde nuestra atalaya en el piso alto del autobús de Andesmar.
El tiempo pasó volando mientras el cielo se iba oscureciendo, para convertirse ya en noche cerrada cuando atravesábamos el poblado nuevo de Potrerillos, a unos 40 Kms. de Mendoza. Entonces me habló de su vida y de su trabajo en la pequeña ciudad de Longford, ubicada en la mitad septentrional de Tasmania. Es ahí donde Giovi di Matteo, que así se llama la cultísima señora, dedica, en compañía de su esposo, esfuerzos e inteligencia a un proyecto empresarial realmente interesante. Los dos son expertos en medicina natural y en técnicas destinadas a mejorar la calidad de vida de la gente, mediante el uso de las hierbas naturales de la isla, en las que su marido, como farmacéutico, es experto cualificadísimo. Me habló con entusiasmo de su empresa, Pindari Herb Farm, y del sinfín de aplicaciones que en ellas se llevan a cabo. Tomé nota y la comento aquí para que se sepa.
El viaje no duró seis horas, sino ocho, del mediodía al anochecer. Se me pasaron en un suspiro, porque estuvieron ocupadas en lo más grato que a mi edad le puede pasar a un ser humano, que además es cultivador impetinente e impertinente de la Geografía: hablar con personas interesantes, descubrir sus historias personales y sus inquietudes, comentar e interpretar los paisajes que se ven, disfrutar con la conversación y con la sonrisa. Descubrí Tasmania cruzando la Cordillera de los Andes. ¿No les parece digno de ser mencionado?
Fotografía: Tunel del Cristo Redentor, en el paso fronterizo entre Argentina y Chile a través de los Andes
Impresionante, desde que era pequeña siempre me ha gustado hablar con la gente, porque se aprende mas que en los libros, hoy en dia soy mas recitente, quiza porque encuentro menos gente interesante a mi alrededor, o porque me he vuelto mas cerrada. Pero es fantantico cuando te encuentras con experiencia como estas...
ResponderEliminarDesde luego, es inusitado, pero más usual de lo que parece. Tan solo con el gesto amable de iniciar una conversación con una persona desconocida, se puede conocer tantas cosas como se desee.
ResponderEliminarDelicioso post. Hemos hecho el viaje contigo y hemos hablado con esa maravillosa mujer (ves, podría muy bien ser protagonista de una gran novela...).
ResponderEliminarTe hago este comentario aunque estoy deshecha porque me he enterado del fallecimiento de nuestro querido MANZA. Aún no me lo puedo creer... Besotes, M.
Es siempre un pozo inagotable de cultura el hablar con la gente, aunque este no es el caso, incluso el campesino menos ilustrado en libros puede darnos magistrales lecciones de otro tipo de sabiduría. Por otra parte, me das una envidia horrible.. (de sana nada...envidia ENVIDIA, jajaja, por tus fantásticos viajes. Un abrazo
ResponderEliminarQué pasada de relato y qué viaje tan fantástico!! A mi me encanta viajar, disfruto conociendo y absorviendo por allá donde paso. Es verdad que a veces se aprende más hablando con la gente. Cuando estuve en Cuba contratamos a un señor que nos llevaba por la Habana y otros rincones de la preciosa isla y aprendimos mucho más y más humano con sus historias, la vimos desde otro punto de vista, la de personas que viven ahí, su pureza y esencia verdadera. En Egipto nuestro guía fue maravilloso también. Gracias por compartir. Un beso, amigo mío.
ResponderEliminarHOLA!MAS QUE DIGNA LA MENCION..
ResponderEliminarQUE BELLO VIAJE!
GRACIAS POR COMPARTIR.
CARIÑOS.
SILVIA CLOUD.
Gracias por permitir que este viaje lo hiciera contigo, porque eso es lo que has conseguido con este bonito relato.
ResponderEliminarA mi me encanta relacionarme con las personas y creo que eso hizo que tu viaje fuera aun más interesante.
Besos y buen día
Caminante no hay camino y se hace persona al andar. Al andar se hace persona y al mezclarse con los demás, descubre que los límites humanos son difíciles de encontrar.
ResponderEliminarUn abrazo con estelas en la mar.
¡Los hay con suerte! Hilar el hilo y la madeja con alguien interesane y encima tener su paradero es un bonito fin para una expriencia inolvidable.
ResponderEliminarTe imaginarías Tasmania, ¡pero ¿no te perderías el paisaje de la sierra?!
¡Sigue, sigue recordándonos más cosas de este viaje!
Algunos son águilas, vuelan alto y aprovechan las corrientes interesantes!
Otros son gallinas, que también son interesantes.
Un saludo cordial.
Me gusta lo que dice emma nem. Voy a curiosear.
Contigo Fernando viajamos a cualquier lugar, oliendo, mirando, soñando...etc, conociendo a personas que nos presentas y que pueden aportarnos tanto. Precioso post, de verdad, didi.
ResponderEliminarMe has recordado un viaje en autobús que hice desde Logroño a Madrid atravesando el Puerto de Piqueras en pleno invierno, después de una impresionante nevada. Las imágenes de aquel paisaje no se me han podido borrar, de tan mágico.
ResponderEliminarTu relato es estupendo porque nos sitúa en un viaje y en un encuentro lleno de complicidad y de sorpresas. La pena es que la vida sea tan corta que no nos permita conocer a mucha más gente interesante. Lo peor es no sentir ganas de conocerla y de enriquecer nuestra mirada más allá de nosotros mismos.
Besotes.
Voy a copiarte tu forma de viajar, esperando tener tanta suerte como tú. ¿Lo conseguiré?
ResponderEliminarSi ya es grato hacer un viaje y conocer nuevos lugares, culturas y formas diferentes de ver la vida; lo de hacer un dos en uno sólo está al alcance de unos pocos. Enhorabuena.
ResponderEliminarHola Fernando!
ResponderEliminarMe ha encantado tu blog. Debe ser precioso conocer esos lugares que centas.
Pero lo que mas me gusta es tu capacidad para apreciar a las personas que te encuentras por la vida. Hay que tener un don especial para no pasar de largo cuando la vida pone a tu lado personas extraordinarias.
Abres tu corazón para enriquecerlo con la experiencia de los demás. Y eso tiene mérito en unos tiempos donse ser escuchado cuesta lo suyo.
Felicidades!
Susi
En unautobús, en un tren, en el aeropuerto, en la sala de espera...Hablas con la gente y descubres mundos que ni siquiera imaginabas.
ResponderEliminarEn el año 2006 estaba en Rabunni, en protocolo y me encontré con una chica italiana y un chico vasco que me hablaron en catalán.
Y mi hija contactó con un chico de Houston, americano que había estudiado catalán porque la fonética le pareció bonita. Uno aprendía cosas de Cataluña y la otra de Texas.
Un abrazo.
Una magnífica experiencia, que surge al azar, sin esperarla. Son las mejores. Yo también he tenido algunas, pero más cercanas y menos espectaculares. Son una forma de aprovechar la vida y de disfrutarla
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