El País Vasco: muerte y destrucción en un espacio privilegiado

Varios colegas y amigos latinoamericanos me escriben, sorprendidos, sobre lo que está sucediendo en el País Vasco y plantean interrogantes que desean despejar. “¿Cómo es posible, vienen a decir, que exista terrorismo en un lugar tan desarrollado, con tanta riqueza y conocido en el mundo por su potencia tecnológica?”, “¿no será que, a pesar de esta fortaleza económica, se trata de un pueblo sojuzgado, que lucha por su liberación mediante el recurso a las armas?”. Cuestiones de este tipo surgen a menudo cuando se viaja al extranjero y se habla del País Vasco. Una especie de visión romántica emerge en el ambiente, tratando de encontrar una explicación razonable a tanta muerte y destrucción. Y no hay que ir demasiado lejos para percibirlo. Incluso en Portugal, tan sensible hacia todo lo que tenga que ver con España, no son infrecuentes comentarios de este tipo, que propenden, si no a la justificación del asesinato, sí a una cierta comprensión hacia esos “luchadores por la libertad”, repitiendo el latiguillo que la propia campaña de propaganda etarra se encarga de difundir a diestro y siniestro, con el fin de embaucar a los incautos que en el mundo son.

A estas alturas cualquier atisbo de ambigüedad debiera ser rechazado con contundencia. No hay paliativos a tanta barbarie. Es inmoral e injusto tratar de encontrar justificación o comprensión alguna al crimen organizado, del que es responsable una banda criminal desde hace cuarenta años. Nadie debe ignorar que la Comunidad Autónoma Vasca es el territorio con mayor nivel de autogobierno del Estado Español. Inconcebible en el sistema administrativo francés, disfruta en España, y al igual que la de Navarra, de un régimen de excepcionalidad foral de raiz medieval que se ha mantenido a través del tiempo, y que le ha permitido un grado de soberanía económica y política sin parangón en ninguna otra región del mundo integrada en un Estado. Los ciudadanos vascos no tributan al Estado, sino a su propia Hacienda, manteniendo con éste un pacto de colaboración financiera, que se traduce en el llamado Concierto Económico, que acentúa aún más la situación de privilegio y singularidad. Inspirado en una voluntad de integración y concordia, así se estableció este sistema en la Constitución de 1978, y así se ha mantenido hasta hoy, sin que quepa presagiar modificación alguna de una situación que, se diga lo que se diga, provoca agravios comparativos con el resto del país, introduce una excepción en el principio de solidaridad interterritorial inherente al funcionamiento de un Estado moderno integrado al tiempo que dificulta la progresión hacia ese modelo federal y de cooperación entre Comunidades Autónomas que España tanto necesita.

En este contexto, el fenómeno terrorista se convierte en una terrible lacra que ha sobrevivido a la dictadura en la que nació y cuyo balance - en muertes, heridos, destrucción y abandono de la tierra- es desolador. Sería muy largo entrar aquí en consideraciones que ya todo el mundo conoce y que reiteradamente se recogen en la prensa española. Me limitaré a decir que, tras el atentado que ha acabado en Azpeitia con la vida del empresario, afín al Partido Nacionalista Vasco, Ignacio Uría Mendizábal, el mismo año en que asesina en Mondragón al ex-concejal socialista Isaias Carrasco, al guardia civil Juan M. Piñuel en la localidad alavesa de Leguitiano y al militar Luis Conde en Santoña (Cantabria), e inunda de bombas y atentados numerosos lugares de la región, es más que evidente la tragedia que para Euskadi – la tierra donde se dan "todos los colores del verde", como cantaba Raimon- representan la existencia y persistencia del salvaje terrorismo etarra, que no admite otra respuesta que la aplicación severa y drástica de la justicia, el rechazo de la sociedad a la que damnifica, humilla y desprestigia, así como el menosprecio y la desconsideración sin matices de quienes, fuera de España, pudieran llegar a pensar en algún momento que son algo más que una banda siniestra que sólo sabe de crimen y extorsión.