Pues bien, en medio de ese panorama ciertamente confuso he tenido la fortuna de descubrir algo que no me esperaba. La impresionante aportación al género operístico realizada por la Ópera Nacional de Letonia - que ha ofrecido en el Teatro Calderón de Valladolid su representación de “ALCINA”, una ópera en tres actos de Händel (estrenada en el Covent Garden Londres en 1735) - ha sido uno de los espectáculos más asombrosos a los que he asistido en muchísimo tiempo. Una maravilla, un auténtico placer, la ratificación con creces de las enormes posibilidades que encierra la ópera como “espectáculo total”.
Y, aunque bien es cierto que mi admiración por Händel (del que hablaré otro día) siempre ha sido muy alta, el esfuerzo realizado por los actores, los responsables de la escenografía, la dirección musical, el vestuario, la coreografía y la dirección de escena es digno de los mayores elogios. Por su perfección y las singularidades que ofrece. Sorprende la capacidad para aunar la brillantez artística del barroco con la originalidad de formas de expresión que logran innovar, a través de la danza, el lenguaje escénico, ofreciendo composiciones tan originales como insólitas. Clasicismo y modernidad aparecen conjugados, pues, en un entramado artístico de gran calidad visual y auditiva que dice mucho de la capacidad mostrada por ese pequeño país del Báltico, olvidado durante décadas, para proyectar la ópera, y la dimensión artística que conlleva, como uno de los testimonios más potentes de su personalidad cultural.
Qué lastima que en mi tierra, Castilla-La Mancha, no esté previsto este espectáculo, con lo que a mi me gusta la ópera, y también la zarzuela. Voy a enterarme si la dan en Madrid para no perdérmela, aunque conseguir buenas entradas en el Real es casi imposible. De todos modos, muchas gracias
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