21 de julio de 2008

¿En automóvil o a pie? Dos opciones enfrentadas para el disfrute del patrimonio histórico y natural.

Cuando hace unos días valoré críticamente el hecho de que la espectacular Plaza Mayor de la villa de Lerma (Burgos, España) no estuviese cerrada al aparcamiento de automóviles, que impiden por completo la percepción de ese bellísimo conjunto histórico-artístico, no supuse que el tema iba a suscitar la atención que ha merecido. Ha habido opiniones favorables a la mía y otras, bienvenidas sean también, en contra. Entre ellas, contundente y argumentada ha sido la de MANZACOSAS, a quien he conocido recientemente en esta sala virtual, de la mano de MERCHE PALLARÉS, magnífica anfitriona donde las haya. Su conocimiento del tema es notable y sus afirmaciones están apoyadas por un dominio incuestionable de cuanto sucede en Burgos y su provincia. No entraré yo en esos detalles, por más que algunos sean, cuando menos, opinables, aunque sí me reafirmaré en mi idea de que la concentración masiva de vehículos en un espacio de valor histórico-artístico o natural debe ser, en la medida de lo posible, evitada.

Es este un debate antiguo entre las reflexiones efectuadas sobre el modo de gestión de este tipo de espacios, especialmente sensibles. Pero ya no es un debate tan abierto como hace años, pues tanto la teoría como la experiencia práctica se reafirman en la idea de que la conservación y el uso sostenible de un bien patrimonial deben llevarse a cabo de forma que la percepción del espacio no se vea amenazada ni afectada por la presencia agobiante de "carros" de cuatro ruedas. Este planteamiento aparece ya claro y reconocida en la mayor parte de las Plazas históricas. Hagan memoria y me darán la razón. No me atrevería a decir en la totalidad, pues no me consta ese dato, pero es cierto que tanto en Europa como en América Latina, el espacio público por excelencia, que es la plaza de raiz histórica, el ámbito emblemático y represenativo de la ciudad, está casi siempre preservado de los múltiples impactos que provoca el tráfico rodado, salvo el uso viario a que puedan abrirse temporalmente para labores de carga y descarga. Transcurrida esa función, solaz pleno para los ciudadanos y sus miradas sin obstáculos que las entorpezcan.

Bien es cierto que se necesita dar opciones alternativas al estacionamiento de los coches. Y generalmente lo hay, aunque implique una distancia física entre el lugar donde se aparca y el lugar que se desea visitar. Las soluciones arbitradas en este sentido son numerosísimas y revelan resultados positivos cuando realmente existe voluntad política para ello. También en numerosos lugares se aplican medidas para facilitar el desplazamiento a pie a quienes tienen dificultades para hacerlo y no es infrecuente que los visitantes cuenten, a la entrada de la ciudad histórica, con guias y asesores que les explican las características de un trayecto que suele ser interesante y que se pierden cuando el acceso, por calles que nunca estuvieron concebidas con ese fin, se realiza en vehiculo de motor.

En cualquier caso, la cuestión que aquí se plantea tiene que ver con la persistencia de habitos de conducta, que habria que ir superando. En concreto, se trata de plantear hasta qué punto la dependencia del automóvil para el acceso indiscriminado a cualquier punto no se ha convertido más en una inercia de comportamiento que en una costumbre susceptible de ser modificada, al comprobar racionalmente de que no siempre puede ser así. Da la impresión de que con el coche se puede llegar a donde se quiera, pues no hay limites a su penetración. Se pretende llegar hasta el mismo lugar donde se desea, a un paso o poco más. Pero lo cierto es que, en un contexto de turismo masivo y de presión brutal sobre el paisaje, natural o edificado, lo más razonable y sensato sería hacer uso del coche hasta donde se deba y después recurrir al esfuerzo físico, a sabiendas de que es un hábito saludable que bien pronto compensa, cuando se llega al destino deseado y en función del cual se hace el viaje, la molestia que el visitante se ha tomado y que tampoco es como para llevarse las manos a la cabeza.

Imagen. Plaza Mayor de Bolonia, una de las primeras ciudades europeas en acometer medidas eficaces para la peatonalización del centro histórico.

4 comentarios:

  1. Las opiniones y decisiones que al respecto se dan y adoptan en todo el mundo, por parte de los especialistas, son claras: el tráfico rodado (humos, ruidos, polución, etc.) atacan de forma muy agresiva a los edificios, especialmente a los más antiguos. Si a esto añadimos que estas zonas, dado su interes y atractivo, convocaran en su entorno la presencia de mucha gente dificultando aún más el tráfico y aumentando el riesgo de los transeuntes. En consecuencia reducir al máximo la presencia de de vehículos en estas zonas parece la única solución factible. En los responsables de distinto nivel estará el facilitar el acceso lo más cómodo, rápido y seguro a estos puntos de interés.

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  2. Fernando, gracias por lo de buena anfitriona... Estoy de acuerdo contigo aunque tambien entiendo la postura de Manza, lo que pasa es que la gente ya está tan supeditada y atada a sus vehículos que no saben vivir sin ellos. Me pregunto ¿qué hacían los Lermeños cuando NO había coches? Supongo que subirían a pie o en burro. Una solución muy turística de hecho, sería poner coches de caballos o burros para que los mas ancianos, minúsvalidos (que yo llamo MAXIvalidos) y niños pudieran subir tranquilamente de una manera lúdica y divertida. Los demás, jóvenes y sanos a pie que no les va a matar... Besotes, M.

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  3. Sin ir especificamente a un lugar determinado geograficamente, me permito decir que estoy de acuerdo con la circulacion peatonal en lugares de riqueza cultural.
    A veces el vivir como ustedes en lugares con tanto patrimonio cultural no los hacen ver la importante riqueza que representan y lo agradecidos que deben estar.
    Cariños.

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  4. Hola, FERNANDO. Leo tu comentario algo tarde, porque he estado fuera, y agradezco tu referencia a mi moesta persona. Sin apearme de mi criterio sobre Lerma, tienes toda la razón en cuanto indicas. Hay ciudades en las que sí debiera cercenarse el tráfico de coches, y otras en las que (caso de Lerma) causaría un gran perjuicio. En todo caso, los criterios no deben ser absolutos ni definitivos, sino que debemos atemperarnos a las circunstancias de cada ciudad.
    Bueno. Un saludo. Mazacosas

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