Manuel Vázquez Montalbán, perspicaz analista que fue de los cambios que se producen en los comportamientos y mentalidades de las personas, escribió en una ocasión que, a finales del siglo XX,
de la crisis de las ideologías se iba a pasar al apogeo de la gastronomía. No le faltó razón a quien observaba cómo, con frecuencia, muchos de los que habían dedicado parte de su vida a lecturas y debates agotadores, en pos de una causa de libertad y progreso para la que no había que escatimar ningún tipo de sacrificio, no habían dudado un momento, tras comprobar que sus ideales se desvanecían, en proyectar el mismo entusiasmo en torno a la artesanía de los fogones, al refinamiento de las recetas más elaboradas o a la mayor de las habilidades cuando se trataba de discutir sobre los vinos más recomendables. Nada de mala conciencia anidaba en esta metamorfosis. Se consideraba lo más normal del mundo, acorde con una visión postmoderna de la vida en la que lo lúdico y lo placentero se imponían por la misma fuerza de los hechos y de las preferencias que hacia ellos mostraba un sector nada desdeñable de la sociedad, harto de perder el tiempo con utopías inalcanzables. Abajo el aburrimiento. Llegó la hora de disfrutar y de presumir con lo que se disfruta.
Pero lo que no nos imáginamos era que el arte de los sabores sofisticados iba a imprimir nuevos rumbos a los criterios que en algunas Universidades priman a la hora de conceder los
"Doctorados Honoris Causa"(DHC), la máxima distinción académica. Siempre habíamos sabido que los destinatarios de tal categoría la reciben en función de sus méritos científicos, de la excelencia que en este sentido se les reconoce por parte de la comunidad que así lo avala. Sin embargo, las fronteras de la excelencia científica parecen abrirse en nuestros días a un campo de horizontes insospechados. De ahí esa ampli
tud de miras con que se concibe la concesión del rango de “Doctor Honoris Causa”, al incorporar reconocimientos o consideraciones que modifican o alteran los criterios comúnmente defendidos por la comunidad científica.
Y así a las deudas de gratitud debidas al mecenazgo y a los favores recibidos (aún nos estremecemos cuando nos viene a la mente el DHC que la Complutense de Madrid concedió a un tal Mario Conde en época del inefable rector Villapalos y en presencia del Jefe del Estado) o a la valoración de alguien con especial resonancia pública, sin que en ningún caso sus aportaciones a la ciencia merezcan más allá de dos líneas, se suma ahora la inclusión de las figuras estelares del mundo de la buena mesa. No sé si el ejemplo cundirá en demasía, pero de momento bastan como prueba contundente las consideraciones elogiosas efectuadas por
la Universidad de Aberdeen para otorgar tan honrosa mención a Don
Ferrán Adriá, a quien no ha mucho se ha considerado como
el mejor cocinero del orbe, y que ahorita se incorpora al claustro de
la Universidad escocesa “
por su contribución al pensamiento contemporáneo”. La argumentación,
henchida de alabanzas, abunda en ideas que llaman la atención: “
existe una clara conexión entre el trabajo de Adriá y las distintas tendencias artísticas y filosóficas del siglo XX, desde el surrealismo hasta la nueva crítica del movimiento teórico de deconstrucción (sic)”, para acabar con este piropazo, que a más de cuatro removerá en su tumba: ”
su don es comparable con el de otros españoles como los pintores Salvador Dalí, Pablo Picasso, Joan Miró o Luis Buñuel”. Menos mal que no se les ha ocurrido comparar al Sr. Adriá con Don Santiago Ramón y Cajal, con Don Severo Ochoa o con Don José Ortega y Gasset. Aunque meterle en el mismo lote que Picasso también tiene bemoles. ¿No les parece?.
Fotografía: University of Aberdeen. Scotland. UK
Totalmente de acuerdo con tu atículo. Muy bueno.
ResponderEliminarUn abrazo.
Soy de los que piensa que los honoris causa no deben cerrarse a criterios meramente científicos, pero esto es pasarse...
ResponderEliminarPor favor, ¡que es un cocinero! No digo que su cocina vanguardista y extraña con sabores raros del tipo "batido de aire" no sea una cosa "artística", pero de ahí a conectarlo con las tendencias artísticas y filosóficas hay un abismo.
Por supuesto, las comparaciones son odiosas, y esas que has citado, aun más.
Saludos.
Totalmente de acuerdo contigo. Lo peor de estos casos tan ofensivos para la ciencia es que se considere un honoris causa a quien por saber no creo que sepa la fórmula del agua en química y que muchos ya dimos en cuarto de bachillerato...y nos viene con vanguardias químicas en la cocina...¿ Cuánto paga o le paga el soporte técnico de la industria química?...Un saludo Angela
ResponderEliminarCARMEN, JAVIER, ANGELA. Satisface saber que hay una sintonía en estas cuestiones, que son más importantes y significan más de lo que parecen. Ya está bien de crear falsos mitos, que anteponen el relumbrón de lo efímero a la consistencia de lo que perdura. Un abrazo
ResponderEliminarOtra prueba mas de la banalidad en la que estamos inmersos... Besotes, M.
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