En medio de una fortísima tensión económica internacional, en la que se entremezclan los efectos provocados por el incremento espectacular del precio del petróleo, la crisis alimentaria y las relaciones de uno y otro problema con la creciente producción de agrocombustibles (temas cruciales de nuestra época, sobre cuya interrelación volveré a insistir), se celebra una vez más el Día Internacional del Medio Ambiente. Aunque en amplios sectores de la población cunda el escepticismo en relación con este tipo de conmemoraciones, no me parece desacertado aprovechar esta fecha para llamar la atención sobre la sensibilidad ambiental que todos llevamos, o debiéramos llevar, dentro. Siquiera sea por un día, démonos cuenta de lo que significa el vulnerable entorno en el que nos desenvolvemos.
Todas las perspectivas que se elijan con motivo de esta fecha están imbricadas en una tendencia coincidente, que no es posible cuestionar científicamente ni eludir desde la responsabilidad que compete a las instituciones y a nosotros mismos como ciudadanos. Y en este sentido todos sabemos bien lo que significan las medidas de racionalidad energética – aplicadas al transporte, a la construcción, al empleo de aparatos eléctricos, al fomento de energías renovables, al cuidado y defensa de las masas forestales etc.- como parte esencial de una estrategia que incide sobre las políticas públicas, sobre la orientación estratégica de las empresas y sobre los comportamientos y hábitos sociales e individuales.
Estaremos pendiente de la atención que se preste a este problema en los medios de comunicación españoles y en las declaraciones de los políticos.
Hay que llamar la atención en un aspecto: la única energía limpia es la que no se usa. El ahorro energético debe ser el primer punto de las campañas de concienciación. Los Españoles, por ejemplo, gastamos del orden de 60 litros de agua caliente por día. Y ni qué hablar de las comunidades no sostenibles (como la mía), donde la calefacción sigue siendo centralizada y la caldera funciona con gasoil.
ResponderEliminarHay que hacer mucha labor en el campo de la ciudadanía, no sólo en grandes proyectos a niveles macroeconómicos.
Saludos.
Tienes toda, toda, la razón. El ahorro energético representa la clave de todo este asunto. Acabará imponiéndose porque el comportamiento que mantenemos es absolutamente insostenible y ya nos está pasando una factura que no podemos asumir en pocos años. El esfuerzo que hay que hacer es enorme, gigantesco, y nada tiene que ver con medidas tibias o dilaciones en espera de otros tiempos, que no volverán. La semana que viene estaré por la Facultad. Espero saludarte. De momento, vaya para ti un cordial saludo
ResponderEliminar¿Cómo se puede compatibilizar el ahorro de energía con la cantidad de anuncios de coches, de aparatos de aire acondicionado que se emiten por televisión, radio, prensa? Nuestro afán de consumo, incentivado por nuestros gobernantes y empresarios va contra cualquier propósito de ahorro. Y ¿qué decir del agua, con tantos campos de golf en proyecto, con tantas urbanizaciones acumulándose junto a la costa, cada casa con su piscina, con su manga para regar los baldosines?
ResponderEliminarHay que volver atrás, cuando vivíamos sin aire acondicionado, sin piscinas, sin campos de golf. ¿Lo podremos conseguir? Ahí está el reto. No tenemos que sucumbir al canto de sirenas de la publicidad que nos engatusan y nos hacen gastar el dinero que no tenemos en quimeras. Besotes, M.
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