14 de junio de 2008

El NO de Irlanda al Tratado de Lisboa: la Unión Europea en crisis

La negativa de la ciudadanía irlandesa a respaldar con su voto el Tratado de Lisboa (46,6 por 100 de votos a favor frente al 53,4 de los noes, que han llegando a superar el 60% en buena parte de los distritos de Dublin) merece una valoración reposada, que permita entender el extraordinario significado que esta postura tiene a la hora de interpretar en qué situación se encuentra el proyecto europeo en estos momentos.

No basta con decir que el Tratado era malo y que por esa razón ha sido rechazado. Es un argumento facilón que no conduce a nada. Cuando el propio Primer Ministro, consciente de la importancia que esta consulta tiene para el futuro del Tratado, reconoce que no se lo ha leído e incluso no se recata en señalar públicamente que es farragoso, un rollazo y muy complicado, es que algo falla en las convicciones del poder político para estimular la participación y promover una postura afirmativa. No ha habido una pedagogía por parte del Gobierno irlandés que transmitiese un discurso a favor del Tratado. Sólo a última hora, y para no quedar mal con Bruselas, ha intentado contrarrestar el voto negativo, sin hacer, en cambio, una campaña verdaderamente efectiva contra la abstención. En un intento de aproximación al resultado, y a falta de conocer con más detalle las circunstancias que han conducido a esta situación, creo que el referéndum irlandés arroja tres grandes conclusiones (dos generales y una específica):

Primera: La posibilidad de conseguir un respaldo unánime a un Tratado que avance en la unión política del proyecto comunitario europeo es cada vez más remota, ya que siempre habrá de tropezar con resistencias que lo dificulten por parte de uno o varios Estados miembros. El rechazo de Francia y Holanda al Tratado Constitucional en 2005 fue una advertencia muy seria, que paralizó definitivamente aquel intento. El NO irlandés, aunque sea el único Estado que la va a someter a referéndum de toda la población, abunda también claramente en ese sentido.

Segunda: Frente a la idea de una Europa unida políticamente, se impone una Europa de los Estados, que siguen representando el núcleo vertebrador de la Unión Europea, su elemento estructurante por excelencia. La personalidad de los Estados miembros se resiste a quedar diluida en un proyecto de integración, en la medida en que puede poner en amenaza sus propios intereses, considerados prevalentes sobre los intereses comunitarios.
Tercera: Pese a haber sido uno de los principales beneficiarios de los Fondos Estructurales y de Cohesión, destinados a impulsar el desarrollo del pais y a facilitar su convergencia con las regiones más prósperas, la República de Irlanda ha optado, de cara al futuro, por preservar los factores que han hecho posible su formidable despegue económico a lo largo de los últimos quince años. En realidad, dotada de un régimen fiscal privilegiado para favorecer la implantación de empresas extranjeras (fundamentalmente norteamericanas), se ha convertido en una especie de Zona Franca, celoso de su singularidad estratégica y reacio, por tanto, a homologarse desde el punto de vista tributario con el resto de los países comunitarios. El paupérrimo pais de Michel Collins se ha hecho rico y adopta la postura de los ricos egoistas. No hay más que leer las declaraciones de algunos partidarios del "no" para enterarse de lo que subyace tras esta opción. No me extrañaría tampoco nada la presencia tácita de la larga mano del amigo americano, nunca dispuesto a aceptar el fortalecimiento de la idea de Europa. Si a ello se une, a mayor abundamiento, la actitud de desconfianza y "vade retro" hacia el Tratado expuesta sin tapujos por la Iglesia católica, que trata de preservar las esencias de su doctrina moral frente a las tendencias disolutas que hoy parecen detectarse en el continente (se ha llegado a hablar del no a la "Europa impía y abortista"), no será difícil entender un resultado que estaba cantado hacia mucho tiempo, y que, por tanto, no ha sorprendido a nadie. Máxime si se recuerda que Irlanda rechazó también el Tratado de Niza, actualmente en vigor.
En mi opinión, el problema no está en el Tratado - respecto al anterior, éste era de un descafeinado subido, y en muchas cosas creo que lo mejoraba sensiblemente - sino en la crisis estructural de la idea misma de la Unión Europa como entidad política y en el peso que los intereses de los Estados tienen sobre una pretensión integradora que se ve más como una amenaza que como una posibilidad, de lo que acostumbran a hacerse eco los ciudadanos cuando se somete la cuestión a su veredicto.
Fotografía: Richard Roche, Ministro irlandés de Asuntos Europeos, durante el recuento de los votos en el Wicklow Count Centre de Dublin. Compungido se le veia al hombre, a fe mía.

5 comentarios:

  1. Me gusta pasar por tu blog, y leer como tratas algunos temas de actualidad.
    En este del no de Irlanda al Tatado de Lisboa, no puedo estar más de acuerdo contigo.
    Un abrazo.

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  2. Gracias, Carmen. Muchas gracias

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  3. Yo tambien estoy de acuerdo, querido Fernando. Creo que la unión total de Europa como tal no se conseguirá hasta dentro de varias generaciones. Los que nazcan hoy quizá sí se sientan más "europeos" cuando se hagan mayores. Ellos quizá si logren unos Estados Unidos de Europa. Besotes, M.

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  4. Fernando, no puedes estar más en lo cierto. Me parecen acertadísimas las dos conclusiones, de carácter general, que traes a colación del "no" irlandés a más avance, por el momento, en el "proceso de construcción europea". Me satisface ver como me reafirman en las ideas que año tras año intento trasmitir a mis alumnos de Geografía de Europa, al hablarles de la UE, de su significado, de sus logros y virtudes, pero también de sus dificultades.

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  5. MERCHE. Como siempre, tan atinada. Creo, sin embargo, que la idea de la unidad de Europa se aleja cada vez más, si es que en alguna ocasión tuvo realmente consistencia más allá de las buenas intenciones con que la impulsaron Monnet y Schumann. Desde entonces, ha sido más débil de lo que parecía.

    LUIS CARLOS. Gracias, compañero y buen amigo. La verdad es que nuestra disciplina siempre nos ha aportado herramientas intelectuales capaces de desentrañar lo que se esconde en la apariencia de los hechos. La historia de Europa ha derivado en una trayectoria geopolítica que se aviene mal con la pretendida idea de la unidad susceptible de diluir las huellas indelebles del pasado.

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