12 de junio de 2008

La Unión Europea y el nuevo modelo de trabajo: la semana laboral de hasta 60 - 65 horas

Ha ocurrido, al fin, tal y como se esperaba, y se temía. La Europa de la Cohesión Económica y Social, la Europa del Estado del Bienestar y de la protección y salvaguarda de los derechos de los trabajadores, la Europa defensora de la semana laboral de 48 horas, que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) aprobó hace 91 años, ha optado por asumir la altísima cota de modernidad y progreso que supone la vuelta a la semana laboral de 60 horas (65 en casos especiales). El acuerdo es hipócrita a más no poder, ya que precisa que, aunque la duración máxima sigue siendo de 48 horas semanales, queda abierta la posibilidad de sobrepasar este nivel a través de los mecanismos de negociación que lo permitan. Es decir, se trata de una medida asociada a la eliminación de la negociación colectiva como mecanismo reemplazado por esa práctica tan saludable del “sálvese quien pueda”, algo que ahora se interpreta eufemísticamente mediante el uso de una jerigonza actualizada, que lleva a hablar de free-choice (libertad de elección del trabajador en materia de jornada), y de opt-out (exclusión voluntaria, al ser el trabajador el que renuncia expresamente al máximo de 48 horas), como medidas destinadas a favorecer el dumping social, soporte ilusionante de una competitividad a toda prueba.
No le ha costado mucho a la señora Marjeta Cotman, ministra elovena de Empleo, convencer a sus colegas comunitarios, que ya iban dispuestos a lo que les echaran en la cumbre de Luxemburgo, donde, en la medianoche del 10 al 11 de Junio, se ha aprobado esta Directiva que coloca a la UE en la punta de lanza de la competitividad supercompetitiva, sin nada que envidiar a las jornadas de trabajo que se gastan en Malaisia, en Corea del Sur o en nuestra siempre añorada Filipinas.
Pero no hay que echar toda la responsabilidad a la presidencia de turno eslovena. Con la llegada al poder en Italia de ese pedazo modelo de calidad democrática que es Don Silvio Berlusconi, alias el repeinao a la milanesa, que ha servido de refuerzo a la esplendorosa troika mancornada por Il Cavaliere, Mr. Sarkozy y Mr. Brown, la suerte estaba echada. Fuera, pues, el modelo garantista, caduco y trasnochado, y no digamos nada de la abominable jornada de las 35 horas, que para el artillero francés era sinónimo de nefasta perversión de un socialismo de telarañas. Para modernos, nosotros, y el que venga atrás que arree, se han dicho con la sonrisa de oreja a oreja, como acostumbran. Primemos el trabajo a destajo, que los bajos salarios ya están asegurados, rompamos la unidad de acción, y ahora que los sindicatos están mirando al cielo – o, al menos, eso parece – unámonos todos en la lucha final por la competitividad, que ha de estar apoyada no tanto en la mejora de la innovación, en el desarrollo de la sociedad del conocimiento y en la calidad de los recursos humanos como se planteaba en la Estrategia de Lisboa, que nuestros predecesores suscribieron en el 2000, sino en el trabajo a esgalla como fuente de todas las fortunas y prosperidades.
Mas no todos se han unido, de momento. España, Bélgica, Chipre, Grecia y Hungría (¿qué ha sido del avanzado Sócrates de Portugal, que ni sabe ni contesta?) han marcado distancias con su abstención, actitud cautelosa aunque no de firme oposición, pese a las declaraciones rotundas de Don Celestino Corbacho, ministro español del ramo, que no dan pie a la ambigüedad (ha llegado a decir que supone “un retroceso en la agenda social”), al igual que las de Joelle Milquet, ministra belga, cuando afirma que "La Europa social no está verdaderamente en marcha". Tan preclara directiva se remite ahora al Parlamento Europeo, donde esperemos que los debates nos saquen de la sordina que hasta ahora ha habido sobre tan importante asunto. Todas las miradas están puestas en él, a unos pocos meses de las elecciones que lo han de renovar: ¿estará a la altura de las circunstancias o se limitará a ser la voz de los que mecen la cuna?.
Ay, Unión Europea. ¿Qué ha sido de Monnet?, ¿qué de Delors?, ¿qué de la Carta Social?. Tiempos vendrán que no reconoceremos.
Fotografía: Primero de Mayo en las calles de Valladolid. Y ahora ¿qué?

4 comentarios:

  1. Buenas tardes Fernando, te devuelvo la visita, mira yo soy opt-out total y creo que Europa con eso va hacia atras comolos cangrejos, pero me pregunto porque España se ha abstenido pudiendo dar un NO rotundo ?
    Te seguiré visitando porque veo que leyéndote voy a aprender muchas cosas.

    ResponderEliminar
  2. ¡Es una vergüenza! Vamos hacia la esclavitud total. Lo único que digo es que LOS CIUDADANOS tenemos que reaccionar de alguna manera porque cada vez nos están recortando más derechos adquiridos y sin subidas de sueldo que las acompañen. Nos pisotean como a cucarachas. Tenemos que reaccionar. Besotes, M.

    ResponderEliminar
  3. Hola Fernando,me ha alegrado tu visita y te la devuelvo,siempre seras bienvenido a mi casa,y......(esto es un secreto ,por lo que no se lo cuentes a nadie),me extraña conocer a un vallisoletano de izquierdas,ja,ja.
    Bromas aparte,esto no es la europa de la cohesion social,ni de los derechos humanos,esta es una europa totalmente volcada en el capitalismo salvaje que nos han enseñado los Yanquis,y de los que copiamos hasta la ultima payasada que se les ocurre,y asi nos va.
    Salud y republica

    ResponderEliminar
  4. Esto me recuerda a "sobre héroes y tumbas" donde el empresario decía: "yo defiendo la libertad: libertad para contratar a quien quiera y para que el trabajador decida si quiere trabajar o no en la empresa". El problema es que el trabajador no tiene esa libertad, porque depende de un salario para vivir, de ahí que los derechos sociales protegieran a los trabajadores frente al empresario. Pero hoy, los sindicatos, los partidos políticos, etc. han dejado de defendernos, y, estamos solos

    ResponderEliminar

Related Posts with Thumbnails